De Menorca a Madrid tuve que comprar un billete de Ryanair

De Menorca a Madrid tuve que comprar un billete en una de las aerolíneas que menos me gusta del mundo, Ryanair. Las pocas veces que lo hago es adquiriendo un asiento de ventanilla pegado a la puerta delantera, para embarcar el último y salir el primero. 

Observando el comportamiento y los procedimientos de la tripulación de cabina de pasajeros, sus ventas a bordo, los anuncios sobre ofertas de lotería y otras cosas, no he cambiado un ápice a mi repulsión a volar con ellos y no es significativamente más barata que las aerolíneas de red. Y para rematarlo, estacionado en un punto remoto a la Terminal 1, con jardineras atiborradas de los encantados, supongo, pasajeros.

En el aeropuerto de Barcelona tuve un desagradable incidente con un chofer de VTC (Vehículo de Transporte con Conductor) de rasgos y acento clara- mente magrebí. Comenzó a rodar por el exterior de la Terminal 1 y le pregunte de manera sutil si no era obligatorio llevar la pertinente mascarilla (que si lo es y él no la portaba). Me contestó más o menos que sí, pero como diciendo que él no tenía porqué colocársela. 

Fui más claro y contundente y le dije claramente que era preceptivo. Replicó alterado, que estaba en su coche y que a él nadie le ordenaba lo que tenía que hacer dentro. Le exigí que se parara, descendí del automóvil, retiré mi equipaje de mano del maletero y pedí otro VTC, cuyo conductor me sugirió que le denunciara.

Un par de meses después me ocurrió prácticamente lo mismo en Madrid/Barajas, también con otro magrebí, dijo que él en este país hacía lo  que  le  daba  la  gana.  

Para evitar problemas cardiacos, acuérdese que ir entre los aeropuertos alemanes  y  las  ciudades  daña  gravemente el bolsillo. Me desplacé a un hotel en Munich y me costó 105 euros y el retorno lo hice en VTC y lo rebajé a 85, pero si lo hubiera hecho tres horas antes hubieran sido 165. En realidad, mi vuelta desde el centro costó 20 euros más, porque tuvimos que retornar por haberme dejado el teléfono móvil en la recepción.

A Alemania viajé en Air Europa en la fila 1. Del otro lado del pasillo había dos cretinos germanos, uno de los cuales hacía caso omiso para ponerse la obligatoria mascarilla en los vuelos en España y cada una de las cinco veces que un tripulante de cabina de pasajeros se lo mencionó, inmediatamente después se la volvía a quitar. Si yo en su país me salto alguna de sus normas, imagínese donde me ponen.

El aeropuerto “Franz Josef Strauss” de Munich es una instalación especialmente incómoda, muy alargada, de forma que si no se acierta con el módulo de la Terminal 1 hay una considerable caminata. El escáner de humanos me debió de ver tan apetecible, que me cachearon más que en toda mi vida.

Abordo, en el regreso, me tocó al lado una teutona que debía pesar como 150 kg. y no podía abrir su mesita para comer porque no cabía. Llegando a Barajas, un TCP abandonó, contra toda norma, el avión antes que el pasaje en Barajas. Por lo que escuché de la conversación con sus colegas, tenía un vuelo para no sé dónde y habíamos aterrizado con considerable retraso.

Incluso le recomendaron como ir rápido a la puerta C48, donde estaba el otro avión. Lamentablemente para él, salí yo el primero y seguí sus pasos hasta el aparcamiento de vehículos. Además de saltarse las regulaciones, es un mentiroso.

Sospecho que los servicios de inteligencia de países occidentales deben estar investigándome, pues estuve en Lima la semana anterior y la posterior y en Munich un par de días después de los respectivos frustrados golpes de estado de Perú y Alemania

En el caso del país sudamericano me generó una cierta preocupación, porque cuando me dirigía al aeropuerto “Jorge Chávez” el conductor advirtió que habían cerrado las puertas de acceso, porque alborotadores del impresentable y detenido, afortunadamente, depuesto ex presidente Castillo querían bloquear esa instalación, al igual que lo hicieron con los de Cuzco, Arequipa y algún otro. 

Finalmente entré sin problemas. Una tripulante de cabina de pasajeros de Latam española iba mareada y, según la sobrecargo, esto le ocurre a muchas de ellas al principio. No me lo puedo creer.

Volaba de Santiago de Chile a Buenos Aires y alguien me asustó con que a la misma hora más o menos aterrizaba en el aeropuerto de Ezeiza de la capital argentina su selección ganadora del Mundial de Fútbol y suponía el caos que iba a producir en los accesos. Yo llegaba justo para una cena. 

La información no era correcta, pues ocurriría unas horas después, pero ya el país comenzaba a paralizarse e incluso el sentido contrario de la autopista estaba casi cortado por controles policiales. Afortunadamente, para irme al día siguiente había decidido desplazarme en “ferry” a Montevideo, con la terminal al lado del hotel, pues Ezeiza materialmente estuvo cerrado. Los extranjeros que no se hubieran enterado del evento seguro que tuvieron mil dificultades importantes.

Definitivamente vuelo demasiado. En siete semanas hice cuatro viajes a América, realizando todos los segmentos intercontinentales con Iberia. Regresando de Montevideo a Madrid, un tripulante de cabina de pasajeros me saludó efusivamente porque, según él, me había llevado seis días antes a Lima.

La otra característica es que ya he visto todas las películas a bordo que me podrían interesar y soy un experto en cine, pese a no acudir a ninguna sala de proyección. Previamente padecí inmensas colas (considerando el tamaño de la terminal) para pasar los controles de seguridad y el de pasaportes en el aeropuerto de la capital uruguaya, síntoma inequívoco de que la pandemia a efectos del transporte aéreo ha quedado atrás. Javier TAIBO


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