Me quedé impresionado por las dimensiones de Belo Horizonte

En la aproximación me quedé impresionado por las dimensiones de Belo Horizonte y su terminal es bastante grande y moderna con respecto a la que vagamente recordaba de hace quizás 20 años. Se puede hacer tránsito a un vuelo internacional en el interior del edificio, con la peculiaridad de que la puerta de cristal que indicaba para acceder a otro nuevo control de seguridad estaba cerrada a cal y canto. 

Buscaba yo a algún empleado aeroportuario para preguntar qué podía hacer, cuando una agente, que no sé de donde salió, vino a abrirme. Se nota que no hay muchos tránsitos. Tras el control de pasaportes subí a la zona de embarque, donde había una bien montada sala VIP, que, de tamaño no muy grande, al poco se llenó.

TAP tiene en sus A330neo una moderna configuración de 4 butacas-cama por fila en espiga, que no son lo mejor que he visto, pero las considero aceptables. Su programa de entretenimiento es bueno, con muchas películas dobladas al castellano. Las tripulantes de cabina de pasajeros no eran ninguna maravilla y tenían ese corte típico de empresas de servicios estatales, que parece que están allí por obligación para cobrar y que servir a los clientes no está entre sus aficiones. 

La almohada era como de charter mala y el ‘catering’ manifiestamente mejorable. Pero lo que yo pretendía era dormir para aguantar lo mejor posible un complicado periplo y lo conseguí medianamente.

En Lisboa nos estacionaron en remoto en un lugar bastante distante de la terminal, con la característica que los clientes de “Business” disponíamos de una jardinera (autobús) exclusiva repleta de asientos. En Portugal siempre hubo clases. Ya en la terminal, tras someterme a un nuevo control de seguridad, el de pasaportes fue automatizado y ascendí a la sala VIP de la aerolínea lusa, que no es ninguna maravilla de comodidad ni de estética.

Ahí descubrí que mi vuelo a Madrid tenía un retraso de media hora por problemas técnicos, que luego se convertiría en hora y media (incluyendo que el avión estaba muy lejos, en un estacionamiento muy remoto), poniendo en riesgo mi traslado a Ibiza, salvo que abdicara de deshacer el equipaje y ducharme en Madrid.

Afortunadamente, mis tres maletas facturadas con Gol en Río de Janeiro salieron en Barajas las primeras (lo dubaba, tras dos escalas y dos compañías aéreas), coordine un vehículo con conductor que estuviera en el punto de encuentro justo cuando salía, como un rayo deshice el equipaje y me duché, pero como, no me quedaba tiempo, opté por afeitarme en el trayecto de retorno a Barajas e incluso pude (tras pasar otro control de seguridad) tomar un café en la sala VIP, pues el vuelo de Air Europa también tenía algo de retraso. Y llegué al acto al que acudí con tiempo suficiente.

Terminada mi ceremonia sufrí, qué raro, un control de seguridad y me encaminé a la sala VIP de Ibiza para degustar mi vigésimo café de la jornada esperando el embarque de un deleznable Ryanair, que era lo único que me permitía llegar con tiempo suficiente a una temprana cena. Las pocas veces que compro un billete en esa compañía irlandesa es por horario y al final siempre me cuesta prácticamente lo mismo que en una de las aerolíneas mejores, pues adquiero asiento de ventanilla de la fila uno para entrar el último y salir el primero. Sus tripulantes de cabina de pasajeros siempre pasan mucho rato hablando de asuntos personales con un nivel cultural y social un poco alejado a la media que me gusta. Para finalizar esas 24 h. de viaje que hice desde Río de Janeiro, nos estacionamos en Madrid en una posición no remota, sino remotísima, pero llegué sin problemas para reiniciar mi vida con un ritmo y unos usos y costumbres normales.

Llevé a Palma un coche en “ferry” desde Denia, algo que no hacía desde hace bastante tiempo. Fue agradable, con un asiento de clase ejecutiva cómodo y un “catering” gratuito muy decente. Aunque era un buque rápido, el hacer escala en Ibiza convierte el trayecto desde Madrid en casi 13 h., lo cual no es para realizarlo todas las semanas. Pero cumplió su objetivo. Además del tiempo total, lo peor es la espera para embarcar, que llegamos con 20 min. de retraso al puerto de Palma y que el tipo de pasaje no es de lo más compatible con mis gustos.

Volé con Air Nostrum en pleno proceso de la ya cancelada huelga de sus pilotos, sin la más mínima incidencia. Los tripulantes de cabina de pasajeros, excepcionales y el “catering” en la clase ejecutiva magnífico. Fui con Air Europa a París mientras se desarrollaba el Salón Internacional de la Aeronáutica y del Espacio, pero a una cena con gente que a ese evento acudió, pues yo no pisé Le Bourget, evitando sus incomodidades de atascos de tráfico a la ida y la vuelta, caminatas de maratón, seguridad en exceso, lluvia y calor. Llegué a Orly y me quedé estupefacto: los precios de Uber eran el doble que los de un taxi normal, que, como en muchos sitios de Europa, tiene tarifa fija.

En la capital francesa es de los pocos sitios que recomiendo que los pasajeros programen la ida al aeropuerto con bastante anticipación, pero no por los controles de seguridad, ni la facturación, ni siquiera por el bastante insoportable tráfico. Como haya un par de ferias importantes y, además, lluvia es bastante complicado encontrar un taxi o un Uber y eso pone nervioso. Gracias a la eficiencia de la conserjería de mi hotel, que envió a un sicario a interceptar uno a una calle aledaña, pude llegar bien, aunque poco sobrado de tiempo, conducido por un parlanchín emigrante iraní que en su país era biólogo. Incluso pude disfrutar de la pequeña y no demasiado generosa sala VIP.


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