Esta es mi última página de la era pre-COVID-19, con temas que quedaron pendientes.

Esta es mi última página de la era pre-COVID-19, con temas que quedaron pendientes. Tuve problemas de reconocimiento de mi billete con código Air France en Croatia Airlines regresando de Zagreb y tampoco me dejaba la “App” de la compañía gala efectuar la facturación en mi móvil del segmento París/“Charles de Gaulle”-Madrid. La dificultad estaba en que pagué un cambio de billete para llegar antes a Madrid y, según Air France, el abono no se llegó a producir. Con gran enfado lo repetí, pues en mi cuenta de tarjeta de crédito aparecía acreditado, con lo cual estoy en una batalla con la aerolínea. Esto hizo que, sin tarjeta de embarque, me colara en el aeropuerto parisino con la autorización de un agente de seguridad por un filtro sin pasar control de pasaportes y me presentara en la zona de abordaje a la capital española sin ese necesario documento. Si lo hubiera estudiado y programado nunca lo hubiera conseguido. Tengo que reconocer que, pese a todo, el personal de atención del servicio “Platinum” de “Flyingblue” actuó muy bien y profesionalmente. El vuelo a Madrid es la prueba de que Air France pasó de ser una magnífica compañía aérea a otra mediocre e incluso mala. Iba en la tercera final de la clase ejecutiva y apenas cabían mis piernas y no pude trabajar por falta de espacio con mi ordenador portátil. La tripulación era francamente pésima y el sobrecargo se pasó más tiempo en turista, dejándonos solos en la clase ejecutiva, mientras el servicio de comida era manifiestamente mejorable. En otro Madrid-Paris-Madrid viajé en turista en asiento de salida de emergencia. En los dos trayectos vino la sobrecargo a saludar por mi categoría de viajero frecuente y entregarme una botellita de agua y una toallita refrescante. Me permito recordar que Air france sigue –o seguía, no se ahora- dando en vuelo un servicio gratuito de bebidas calientes y frías con algo sólido para meter en el cuerpo. En eso es mucho mejor que otras y miro a mi propio país. Y el día 1 de enero estrené el año volando de Palma a Madrid y la sala VIP “Valldemossa” reformada, que es más amplia y moderna. Sobre gustos no hay nada escrito en relación a si era más acogedora antes, pero es muy aceptable. No así el enojante “fast lane” del control de seguridad prioritario, que ya bate records de aberración. Con una terminal vacía, el filtro adyacente estaba cerrado y sólo estaban habilitados otros bastante lejanos, juntándose allí con los escasos pasajeros que había ese día que no podían ir por ese estúpido acceso, sin ninguna prioridad. Me parece fatal que las compañías paguen por este nulo servicio. Yo, aunque tenía derecho, me fui por el de todos los demás. Que estafen a otro. A bordo del vuelo de Air Europa, en la fila uno de clase ejecutiva, al otro lado del pasillo iba una monja. Creo que da una mala imagen esto a la iglesia católica, que debe caracterizarse por la austeridad, el voto de pobreza y la generosidad hacia el prójimo. Aunque no hubiera pagado por ese asiento, lo debería haber rechazado. Y lo dice alguien que respeta mucho a la iglesia católica. En otro vuelo coincidí en la misma clase con la famosa o famoso “Bibi Andersen” con su comitiva, acompañada o acompañado de tres perritos. También en el retorno de Mallorca regresaba ella o él. Sin estar preparado, en la misma semana alcance el nivel “Platinum for Life” del programa de viajeros frecuentes “Flying Blue” de Air France, que me mantiene en ese nivel para el resto de la vida, aunque no vuele, salvo que esa compañía quiebre; e “Infinita Prime” de Iberia Plus, el máximo de la española, también permanente. Me figuro que para rehuir sus beneficios es por lo que todas quisieron dejar de volar con la excusa de la pandemia. Fui a Roma unos días antes que su país empezara a confirnarse, jornadas previas a que lo hiciera España. Cómo cambian las cosas: Embarcado en Air Europa en “Business” la sobrecargo y yo nos mofamos con ironía de que menos de la mitad de los pasajeros iban con mascarilla, una buena parte de ellos tapándose la boca, pero no la nariz. Yo pregunté a la tripulante si eran secuestradores y ella me contestó divertida con alguna batallita del mismo cariz. Hoy no podría embarcar sin llevar la mascarilla puesta, ni se me ocurriría. A la llegada pasé un control de temperatura a distancia, algo que no padecía desde los tiempos de la alarma por la gripe aviar en Iberoamérica y tres meses antes de que se implantara en el aeropuerto de Mallorca. Eran momentos de desconocimiento, hasta el punto que en el regreso la sobrecargo estaba protegida con guantes, no sé para qué, pues al agente de “handling” le dio un tremendo abrazo con sobeteo y un par de besos. Todos hemos tenido que aprender por necesidad. El 28 de febrero hice, sin que me lo pudiera imaginar, mi último vuelo en Airbus A340 de Iberia, flota que la compañía española ha decidido que ya no vuelva a volar, entre las medidas que ha tomado para paliar los dramáticos efectos de la crisis. Fue un plácido Madrid-Londres/Heathrow, que ha quedado para mis anales. El 7 de marzo viajé en un Palma-Madrid con Iberia Express, que no la soporto, mi último vuelo antes de decretar España el estado de alarma. Javier TAIBO

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