Iberia debería meditar lo que ha hecho con los asientos de altísima densidad con los que ha configurado los A320neo

Iberia debería meditar lo que ha hecho con los asientos de altísima densidad con los que ha configurado los A320neo, que no se reclinan, con medio reposabrazo y un respaldo que parece tan fino como un “carpaccio”. Realmente son peores y con menos espacio que en una “low cost”, pero el precio es bastante más caro que en estas. Su portal de ventas tendría que especificar que se trata de ese modelo de aeronave, para que el viajero sepa lo que le espera y, en mi caso, eludirlo. Incluso las butacas de Iberia Express son más cómodas. Ignoro si el ministro de Fomento, José Luis Ábalos, no tiene suerte conmigo o yo con él, pero por segunda vez coincidimos en un vuelo, en esta ocasión entre Madrid y Barcelona. La primera la califico esperpéntica y patética, pero la segunda, ahora como titular en funciones de esa cartera, fue, por otro orden de cosas, peor. Realizaba el embarque a través de jardinera, que se detuvo ante el A330 de Air Europa sin abrir las puertas. El motivo era que esperábamos a que llegara una furgoneta de tripulaciones de la aerolínea, de la que se apearon, con su habitual macarronería y parsimonia, Ábalos, la que supongo que es su pareja, un menor, que me figuro que es hijo, otro señor bastante pelota con él y un escolta. Seguimos dentro de la jardinera mientras el ministro subía lentamente las escaleras entraba en el avión y le rendían pleitesía. En la anterior ocasión coincidimos, como para él debería estar mandado, en clase económica, pero ahora yo iba en la confortable “Business” del avión de largo alcance, lo que me hizo suponer que nuestros mundos en esta ocasión se separarían, en un Gobierno que intenta dar la imagen de izquierdas, y dice que lucha contra las desigualdades, políticas sociales, impuestos a las élites y no sé qué más. Cuando los señores debían estar ya acomodados nos dejaron al rebaño bajar del autobús e ir a bordo. Cuando entré en la cabina de clase ejecutiva me encontré con la sorpresa que la presunta familia y el escolta estaban acomodados allí y el pelota en turista, pues sin ningún rubor, ni trabas por parte de la tripulación, entró varias veces en nuestra elitista burbuja para hablar con el que presumo que es su jefe, algo que a un pasajero normal le hubieran impedido. Aquí caben dos posibilidades: Que el ministro o el Ministerio pagara el billete de él y su séquito en clase “Business”, lo cual me parece una reprochable burla por un servidor público a lo que predica el Gobierno en funciones, que intenta ser Gobierno ejecutivo en esta legislatura, encima a costa de nuestros impuestos (cuando menos, seguro, el del escolta, porque al resto no sé quién le pagaba el billete), lo cual es inaceptable de todo punto de vista; o, mucho peor, que su billete fuera de turista y la compañía les hiciera un trato de favor pasando a todos menos uno a ejecutiva, lo cual podría tener relación con que se aproximaran a la aeronave en una furgoneta de Air Europa, en lugar de en una de AENA, que, además, depende del Ministerio de Fomento. ¿Por qué es peor?, porque Air Europa depende de los permisos, licencias, supervisión, control, operación, normativa y muchas cosas, del Ministerio de Fomento, a través de la Agencia Estatal de Seguridad Aérea, la Dirección General de Aviación Civil, Aeropuertos Españoles y Navegación Aérea y Enaire y no es aceptable que el titular de esa cartera admita ese trato de favor de un administrado, porque los favores siempre se pagan. En un mundo en el que, afortunadamente, el término sajón de “compliance” de rectitud en las actuaciones y anticorrupción se extiende por todos los lados, eso no es, categóricamente, de recibo. Después que el escolta se cambiara de asiento al lado del mío, yo tenía en la butaca de delante a Ábalos y él a la presunta pareja y me encargué que todos, incluyendo la tripulación se percataran de mi malestar. Audiblemente hice referencias al despilfarro público, a la utilización del teléfono móvil por el escolta –que no sabía dónde meterse, lo cual no dice mucho de la capacidad para desempeñar su papel, especialmente cuando una tripulante de cabina de pasajeros, a instancias mías, le dijo que tenía que ponerlo en modo avión-, después de que nos hubieran conminado a no emplearlo; y otras cosas más, sin que supusiera, creo, el más mínimo rubor en la comodidad de la poltrona de los señoritos. Pero lo peor es que perdimos el “slot”, que yo tengo que relacionar con el retraso en el embarque que provocó el ministro, y al final salimos con casi una hora de retraso. Cuando llegamos al destino, desembarcamos por la puerta delantera, es decir, ellos antes que yo, y se detuvieron en la plataforma de la pasarela telescópica, entiendo que para esperar a que les trasladaran en vehículo para que los señoritos no pasearan por la terminal aquel viernes por la tarde entre la muchedumbre. Miré fijamente a unos ojos que no encontré, porque todos me rehuyeron, quizás pensando que ahí llegaba el loco de otras veces. Yo me fui caminando hacia el “Aerobús” para que me llevara al centro de la ciudad de forma económica. Ellos estoy seguro que no. Javier TAIBO

Copyright © Grupo Edefa S.A. Prohibida la reproducción total o parcial de este artículo sin permiso y autorización previa por parte de la empresa editora.