En un vuelo en Business de Palma a Madrid en un Embraer E195 de Air Europa...

En un vuelo en Business de Palma a Madrid en un Embraer E195 de Air Europa, pasillo por medio viajaba un pasajero de descomunales y obesas dimensiones, que necesitaba suplemento de cinturón de seguridad y debía acogotar al colega que le acompañaba al lado. Propio de su exceso de grasa, sin que le importara el estado del resto de los pasajeros –en clase ejecutiva era yo el tercero y último- exigió a la sobrecargo que bajara la temperatura pues tenía un calor sofocante, que sólo sus 130 kg. de peso parecían percibir. El asiento de al lado mío, que estaba vacío, lo consideró de su propiedad depositando sus detritos y yo me dediqué a amargarle la vida arrinconándole en el desembarque. Un auténtico maleducado y repelente en todos los sentidos. Estuve en la sala VIP remodelada del aeropuerto de Lima, que si bien mejora la anterior, sigue estando atiborrada de gente y tiene un “catering” manifiestamente mejorable, por lo cual el clamor de los usuarios la califica de decepción. En todo caso, es un cambio con respecto a la cutrez de la precedente, con la buena noticia que LATAM llegó de vuelta a un acuerdo y sus clientes “premium” pueden acceder a ella y evitar el bochornoso vale de 25 dólares para comer y beber algo en uno de los ‘fast food’ de la terminal. En Santiago de Chile soporté 45 minutos de espera para pasar el control de inmigración, algo realmente inaguantable, con los policías preguntando estupideces que no les interesan para nada y que no tienen la más mínima posibilidad de verificar, como qué profesión es la mía, si soy soltero o casado y a qué voy a Chile. Dos días más tarde volví a ingresar en el país y tres cuartos de lo mismo, con 40 minutos de espera, agravados porque, cuando se quedan los mostradores de chilenos vacíos, dan acceso a los extranjeros, pero a los últimos que han llegado a la cola. Genera una imagen pésima del país y hace que el foráneo ingrese enfadado. Fui a Montevideo desde la capital chilena en un Boeing 787 de LATAM, que iba medio vacío y cuya lógica se basa es que transporta mucha carga. Me aposenté en la segunda fila de una casi vacía Business y en la primera estaba un matrimonió uruguayo de gente mayor, al que la encargada de la cabina les preguntó de dónde venían, poniéndose eufórica porque regresaban de vacaciones en Valencia, hablando la azafata maravillas de esa ciudad española. Cuando llegó a mí quise saber cuántas veces había estado en la capital del Turia, respondiéndome que ninguna y me inquirió si yo iba de vacaciones o de trabajo. Bajé la mirada y, sin contestar, le provoqué que razonara por qué iba de corbata. Debía estar aburrida, porque quiso saber a qué me dedicaba. Le dije que mataba a personas por cuenta de terceros y se pudo muy contenta, manifestando que era un trabajo muy bonito. Compré un billete en LATAM para desplazarme del metropolitano Aeroparque “Jorge Newbery” de Buenos Aires a Santiago, donde debía aterrizar a las 20:30 para una cena importante. Acordé mi almuerzo en un restaurante en la rivera del Río de la Plata, que me permitiría incluso ir andando a la terminal porteña. Uno de los comensales preguntó a qué hora despegaba y lo miré en la “apepé” de la aerolínea en mi teléfono móvil, encontrándome con la sorpresa, sin que nadie me avisara, que estaba reprogramado con tres horas de demora, por lo que casi me dio un “telele”. Resignado, sabiendo su inutilidad y que nunca resuelven nada y ponen de mal humor al cliente, llamé al “call center” de la compañía aérea, para que me cambiaran a otro vuelo que partía prácticamente a la misma hora desde el aeropuerto internacional de Ezeiza, situado a unos 45 minutos sin tráfico. La inepta agente para cambiarme el billete me tuvo 35 minutos al teléfono, después de indicarme que excepcionalmente no me iban a cobrar por el cambio (casi me la como por las tres horas de retraso, explicando ella que estaba en su protocolo leer esa frase). Como los sistemas de LATAM y de Iberia apenas se entienden, en ninguno de los cuatro segmentos de LATAM que hice en otros tantos días reconoció mi categoría de “Emerald” de la alianza Oneworld, pero tampoco que había pagado un “upgrade” a “Business”, pretendiendo cobrar­me por reservar un asiento en turista. Cuando colgué estaba en hora crítica para llegar a Ezeiza… y era viernes por la tarde, con un tráfico infernal. El conductor de mi vehículo se metió en arcenes, adelantó por donde pudo e hizo lo imposible e increíble y alcancé la terminal 35 minutos antes del despegue, impidiéndome el sistema en ese tiempo hacer la facturación en mi teléfono móvil. Cuando llegué al mostrador los empleados se apiadaron, me entendieron, maniobraron y aceptaron. El avión despegó en hora y le comuniqué a la sobrecargo que necesitaba salir el primero en Santiago, lo cual lo facilitó con gran profesionalidad. Tras aterrizar estuvimos 20 minutos esperando aparcamiento y luego me tragué 45 minutos de inmigración. Cancelé la cena y todavía tengo que comprobar si LATAM me devolvió el importe del “upgrade” a “Business”. Quien ha visto las clases ejecutivas de las principales rutas europeas de los buenos tiempos de antes de la crisis, observó que en muchos casos ofrecían más filas de asientos que en turista. Hice un París-Madrid en A318 de Air France con sólo seis plazas, que ni siquiera estaban ocupadas al completo. El transporte aéreo evoluciona inexorablemente. JAVIER TAIBO

Copyright © Grupo Edefa S.A. Prohibida la reproducción total o parcial de este artículo sin permiso y autorización previa por parte de la empresa editora.