Recibí un correo electrónico de LATAM para informar que mi vuelo de Lima a Santiago de Chile

Recibí un correo electrónico de LATAM para informar que mi vuelo de Lima a Santiago de Chile, en el que viajaba en turista por estar la clase ejecutiva llena y las salidas de emergencia también, tenía un retraso de dos horas, que impedía que llegara a tiempo a un evento. Ha sido la primera vez que su servicio de atención telefónica ha resuelto algo en toda su historia conmigo, al conseguir un cambio al anterior, que despegaba 20 minutos antes, eso sí, tras 20 minutos de tenerme al teléfono preguntándome estupideces y relatando cosas que no me interesaban. Con el ligero adelanto de horario y el tráfico de Lima llegué al aeropuerto por los pelos, aunque los controles de pasaportes y de seguridad estaban materialmente vacíos. En el mostrador de embarque insistieron que la clase ejecutiva y las salidas de emergencia estaban ocupadas, pero me cambiaron a una butaca que tenía la de al lado libre. Lamentablemente hubo treinta minutos de retraso, que, como casi siempre, pues los tiempos de vuelo teóricos se calculan con generosidad, se recuperarían en el aire. El servicio a bordo fue razonablemente decente. Lo terrible fue cuando llegamos: tres cuartos de hora a bordo en un estacionamiento remoto sin desembarcar, excusándolo por la carencia de autobuses por las obras de la terminal. Yo pregunto qué tendrá que ver el número de autobuses disponibles con la remodelación del aeropuerto, cuando la cantidad de posiciones con pasarela telescópica es el mismo. Después de eso, el control de pasaportes era un hervidero de gente, que hizo que tardara otros 45 minutos en franquearlo y luego otra media hora en el control de aduanas y del Servicio Agrícola y Ganadero, es decir, dos horas encarcelado en una terminal, algo que no me había ocurrido en la vida en ningún lugar del mundo, totalmente tercermundista, impropio de un país avanzado como es Chile. Los gestores privados del aeropuerto cada vez que han tratado de hacer un parche para solventar la congestión de pasajeros, en lugar de dejarlo como está, lo empeoraron. No sé si el número de policías disponible en los controles de pasaporte depende de ellos, pero es claramente insuficiente. La reestructuración del flujo de pasajeros para pasar el de aduanas, donde antes se accedía por tres sitios y ahora por uno, crea unas colas inmensas y la salida al exterior con miles de millones de personas allegadas, conductores y taxistas ofreciendo sus servicios, que ahora tienen menos espacio y han de repartirse de forma aleatoria entre las dos salidas que hay, en lugar de una, esperando a los viajeros significa caos. Chile no se merece esto y los clientes tampoco. Como no estamos acostumbrados, cuando caen cuatro copos de nieve se monta un berenjenal en la capital de España, a lo que no fue ajeno Barajas, cerrándose dos de sus pistas y provocando importantes retrasos en una jornada en la que yo aterrizaba de Palma de Mallorca a las once de la noche para una cena tardía con un colega que llegaba de Francia unos 45 minutos antes. Air Europa me sorprendió, en este caso para bien, pues cuatro horas antes del despegue me llamaron para comunicarme que mi vuelo sufriría un retraso de dos horas y media y preguntar si quería volar en el anterior, con la condición que me presentara no más tarde de 60 minutos después en el aeropuerto, lo cual acepté. Cuando aterricé a las 20:30 escuche un mensaje de voz de la otra persona con la que iba a cenar para cancelarla, pues el suyo tenía cuatro horas de demora. Tenía un acto en Granada, aeropuerto en el que no había estado en mi vida, pequeñito y anticuado, como los que me gustan. La verdad es que cuando haya AVE a esa preciosa ciudad los vuelos que unen con la capital de España no tendrán ningún sentido. Es tan íntimo que los agentes privados que controlan a los pasajeros y sus equipajes de mano les ayudan para acomodarlos, algo que rara vez se ve en otros aeródromos. La sala VIP sólo sirve para eventos contratados y, por supuesto, se embarca y desembarca a pie. La sensación fue la contraria cuando aterricé por primera vez desde hacía muchos años en Santiago de Compostela, instalación que siendo yo mucho más joven utilizaba con cierta frecuencia, especialmente porque Galicia era mi lugar de vacaciones hasta los primeros años en la Universidad, cuando ese aeropuerto era algo más grande que el de Granada, pero tenía el mismo estilo. No lo reconocí, con una gran y moderna terminal. Pero más impactante fue cuando acudí al mostrador de una de las afamadas empresas internacionales de alquiler de coches, en el que había un poco de cola. Quise hacer valer mi categoría máxima de cliente y con estupor amablemente informaron que podía retirar mi vehículo rápidamente y sin esperas en su mostrador del quinto sótano del estacionamiento… Yo recordaba un aparcamiento exterior de tamaño contenido hace treinta años. Todo avanza y todo crece, pero el quinto sótano… Pues así aconteció. Para finalizar, sigo sin comprender porqué al entrar o salir de Toulouse hay que padecer procedente de España un control de pasaportes y cuando se hace en París/Orly no. Como medida preventiva de seguridad no tiene ningún sentido. JAVIER TAIBO

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