Hacía mucho que no volaba con Iberia Express y muchísimo que no lo hacía con ellos en Madrid-Palma-Madrid y pasará muchísimo más hasta que lo repita.

Hacía mucho que no volaba con Iberia Express y muchísimo que no lo hacía con ellos en Madrid-Palma-Madrid y pasará muchísimo más hasta que lo repita. Hice el trayecto de ida con acompañado de colega de trabajo de nivel “Oro” de Iberia Plus. En el trayecto de ida duplicamos su tarjeta de embarque. En la que emití yo se reflejaba su categoría y en la suya no. La primera incidencia fue en la sala VIP de Barajas, en donde, viajando ambos en turista, me informaron que la otra persona podía entrar como invitada mía, por ser yo “Infinita”. Les hice ver su “Oro” y que lo hacía por derecho propio y no les constaba por ningún lado. Es decir, la interconexión entre los sistemas de Iberia y de Iberia Express es similar a la de un islamista y un mormón. En el embarque ocurrió lo mismo. Como al final se logró lo pretendido, todo discurrió por buen cauce, no así el retorno. Acudimos a una de las salas VIP de AENA en Palma, que emplea Iberia para sus clientes prioritarios. Ahí manifesté que era “Infinita” y me dijeron que yo no tenía derecho, pero podía entrar como acompañante de la tarjeta “Oro”, ya que tenían acceso esos titulares y los “Platino”. Tuve que mostrar la mía y explicar a la señorita lo que era, algo que pienso que me debía que haber evitado Iberia. Pero entramos. Lo espeluznante empezó en el embarque, en el que no había ningún cartel de acceso prioritario y, ante mi protesta, uno de esos miembros que quedan de la “vieja Iberia” me dijo de malos modos que habían llamado a los de “business” al principio, entre reclamaciones de pasajeros que pensaban que nos estábamos colando. Le dije, ante su absoluta indiferencia, que acudimos cuando se encendió el aviso de embarque en las pantallas de la sala VIP. De malos modos admitió pasar por el lector las tarjetas de embarque insertadas en los teléfonos móviles y me dijo que yo no podía embarcar porque no estaba facturado y que esperara al final a ver si había sitio. Me puso al rojo vivo e insistí que estaba facturado y ella “erre que erre” que no. Le pregunté iracundo si pensaba que había falsificado la tarjeta de embarque pintándola en la pantalla de mi móvil. La inútil miró en la pantalla y no reconociendo su error, pese a que le pregunté si ese era el nuevo trato a los “Infinita”, me aceptó el embarque sin pedir disculpas y con mala cara. Esa agente no debería estar nunca más de cara al cliente. Diría incluso que simplemente no debería estar más. Avanzamos por el túnel para llegar a un punto donde medio centenar de pasajeros esperaban a que les dejaran abordar el avión… porque estaban desembarcando los del vuelo de llegada. Y ahí tuvimos que aguardar 20 minutos los de turista, ejecutiva, “oros”, “platinos”, “infinitas” y el resto, porque intentaron arreglar inútilmente un retraso maltratando a los clientes. Y no lo consiguieron, pues salimos demorados. Ahí empezó algo peor: íbamos en dos asientos de salida de emergencia separados entre sí sólo por el pasillo y en el de la otra persona estaba ya sentada una pasajera. Le informé de la situación a una joven, relativamente bonita, enana, absolutamente incompetente y mentirosa tripulante de cabina de pasajeros (TCP), que requirió las tarjetas de embarque, en ambos casos en soporte de teléfono móvil. Mi colega “Oro” tenía el asiento 14D en el vuelo con código de Iberia Express y la otra, una “Plata”, el mismo con código Iberia. Ni corta ni perezosa la TCP se dirigió a la parte delantera del avión con ambos teléfonos móviles sin pedir autorización a los propietarios (uno era yo), ante mi estupor. Al cabo de un rato regresó cual premio Nobel para informar que estaban las plazas duplicadas y que uno se tenía que cambiar de lugar. Le contesté que mi colega tenía derecho a ir en butaca de pasillo salida de emergencia por su estatuto y así se reflejaba en la tarjeta de embarque y la tripulante se enrolló sola, hasta el punto que decidí atajar y que la persona que iba conmigo se sentara en la butaca central al lado mío. La TCP, pese a haber dicho que ese lugar estaba libre, insistía que se tenía que ir a una de ventanilla del otro lado. Le dije que no. Cuando estábamos rodando, la sobrecargo, joven, relativamente agraciada físicamente y sin ninguna capacidad para ocupar ese puesto se acercó, en lo que creí que era un acto para pedir disculpas. Pues no, me dijo directamente  «que no iba a tolerar que gritara a su compañera» y que yo tenía que obedecer las órdenes y cambiarme al lugar que me indicaran. Estupefacto le pregunté si iba a asumir lo que le hubiera dicho su TCP sin preguntar la versión del cliente, para inmediatamente preguntar a mi colega y a la otra pasajera afectada si yo había gritado a su protegida, respondiendo inequívocamente y casi con sorna las dos que no. Entonces le pregunté a la sobrecargo si ese era el nuevo estilo de Iberia Express de saludar a los “Infinita” y que esperaba que ella y la otra empleada se disculparan por mentir –lo cual, por supuesto, no ocurrió- y que para su información yo estaba en mi asiento y no estaba duplicado, por lo que no entendía el comentario de que me tenía que cambiar de butaca, empezando a poner ella cara de boniato, pero no reconoció que había metido la pata en todos los aspectos. Para concluir, le conminé que, salvo para los aspectos de seguridad en vuelo que se comunicara conmigo a través de su compañía. Si no fuera porque estábamos ya rodando, por mis perros que me hubiera bajado del avión. En el desembarque ni siquiera la sobrecargo ni la TCP en cuestión, que estaban en la puerta de salida, musitaron buenas noches. Tengo claro que en los próximos dos años volaré a Palma con Air Europa, Norwegian o Ryanair. JAVIER TAIBO

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