Viajé con un colega de la capital peruana a Caracas...

Viajé con un colega de la capital peruana a Caracas, lugar que no visitaba desde hacía unos ocho años, donde el deterioro de situación económica y de seguridad es notoriamente conocido a través de los medios de comunicación. La facturación en “Jorge Chávez” con Avianca fue impresentable y cuando procedimos al control de seguridad me di cuenta que ambos nos metimos por un canal que estaba vacío, sin tener muy seguro porqué, lo que me hizo pensar que nos habíamos equivocado. Así se lo manifesté a la funcionaria que pasaba la tarjeta de embarque por el lector de códigos. Me dijo que yo sí tenía embarque preferencial, pero mi compañero no. Nos quedamos impactados, ya que el billete y la nacionalidad era la misma, generando una confusión que no sabía traducir en palabras, hasta que la buena mujer apuntó a una señal que precisaba que estábamos en la fila para mujeres con niños, incapacitados y personas mayores, reiterando que yo sí, pero él no. No pudimos menos que reír por dentro, pensando en mis 58 años y mi feo aspecto, pero con un cuerpo bastante sano. Conociendo la forma de ser de los peruanos, la empleada asimiló que era un error, pero quería dejarme pasar, si bien no a los dos y esa era la excusa para separarnos (y para que mi compañero de viaje me tomara a pitorreo durante lo que quedaba de viaje). La consecuencia es que yo sobrepasé toda la cola del control de seguridad y estuve esperando a mi camarada durante unos diez minutos, con lo cual, bendita sea mi avanzada edad. En el aeropuerto de la capital venezolana me imaginaba un control de pasaportes tedioso, especialmente siendo español, contabilizando la escasa simpatía que tiene el presidente inmaduro de ese Estado fallido a los que no comulgamos con Unidos Podemos (no sé qué) y una aduana en donde todo corría riesgo de ser expropiado, además de requerir la máxima cautela por asaltos en la autopista que conduce a la ciudad, como ocurrió a varios conocidos. Llegué el primero al control de inmigración. La única pregunta que me hizo el agente, cuando le dije que regresaba a Madrid al día siguiente, es porqué estaría tan poco tiempo, de forma simpática y cariñosa. El equipaje tardó en salir, el escáner de la aduana no reveló nada que llamara la atención y un conductor y un agente de seguridad aguardaban a la salida para llevarnos al hotel. Al día siguiente quisieron recogernos una hora antes de lo que hubiera deseado, para esquivar eventuales problemas en el aeropuerto. Lo aceptamos, pero fue innecesario: la facturación rapidísima, pese a las astrosas y anticuadas instalaciones, el control de seguridad más o menos acelerado y el de pasaportes igual, encaminándonos a la sala VIP de American, que es la que utiliza Iberia. Allí escuché que me llamaban por megafonía. Dejé el ordenador portátil y el teléfono móvil en la zona de trabajo, pensando que se trataba de un trámite tonto en el mostrador de embarque, pero las jóvenes de Iberia me informaron que la Guardia Nacional bolivariana quería inspeccionar mi equipaje facturado a pie de pista, junto al de otros pasajeros, y a partir de ahí fue un desastre. Aseguraron inicialmente que tardaría 15 minutos, con lo cual no me daba tiempo de ir a apagar mis herramientas y recogerlas, pero se convirtieron en 45. A las cuestiones de si eso era normal, cuánto iba a demorar, etc., recibía respuestas etéreas. Parte del retraso estuvo motivado porque Iberia no tenía suficientes chalecos reflectantes para ir a la rampa. Me trataron en la terminal como si fuera un pordiosero al que las fuerzas de seguridad locales querían empapelar. Llegó finalmente el momento de bajar, acompañados media docena de viajeros por un agente de una empresa de seguridad hasta el patio de carrillos, donde en una mesa mugrienta inspeccionaban buscando, al parecer, drogas en las maletas seleccionadas, no se sabe con cual motivo. Al precedente el guardia revisó cada objeto (sin exagerar), palpando con unas manos sucias y depositando todo arrugado y apelotonado en aquella repelente mesa sucia. Conmigo otro soldadito fue extremadamente delicado y no miró ni el 10 por ciento de mis productos, admitiendo que se depositaran en la otra mitad de la maleta, para no ponerlos en la mesa. Fue agradable y comprensivo y después tuve que esperar otro cuarto de hora para que me acompañaran de vuelta a la terminal. Ya dentro aceleré para acudir a la sala VIP, lo que intentó prohibir el presunto subcontratado de seguridad. No le hice ni maldito caso. Ya en el embarque, la siguiente escena es que nos separaron en dos filas, para hacer una inspección corporal, a hombres y mujeres (a las que delante de todo el mundo personas del mismo sexo tocaban lo que querían) y del equipaje de mano. Al final aterrizamos en Madrid con hora y media hora de retraso. Y, cómo no, la Air Europa de mi paciencia. Estrené su Boeing 787 yendo a Palma en un ejemplar recibido un par de días antes y bautizado como “Julio Iglesias”. Me figuro que no se han enterado que el cantante ya está más desfasado que su servicio a bordo. La cabina me decepcionó. Viajé en turista, en una configuración de nueve asientos por fila, un poco agobiante, pero, con lo que pagan los clientes, no deben exigir mucho. Pero la ejecutiva, por la que pasé embarcando, era decepcionante. Pensaba que pretendían competir con Iberia por los pasajeros de alto ingreso unitario y no lo han aprovechado. Las butacas de la mayor aerolínea española son muy superiores y avanzadas. Julio 2016 JAVIER TAIBO

Copyright © Grupo Edefa S.A. Prohibida la reproducción total o parcial de este artículo sin permiso y autorización previa por parte de la empresa editora.