No sé si volaré más entre Barcelona y São Paulo...

No sé si volaré más entre Barcelona y São Paulo después del viaje que realicé a finales de julio en mi aerolínea favorita, Singapore, antes que cancele esa ruta en octubre por la mala situación del mercado brasileño, lo cual voy a lamentar profundamente. Fui de Madrid a la Ciudad Condal el día anterior para cenar, algo que no materialicé, pues el Iberia tuvo más de dos horas de retraso, primero por meteorología en la ciudad mediterránea y luego por avería en el avión, según nos enteramos gracias al comandante, tras un cúmulo de desinformaciones y estar de pie todo ese tiempo. Las dos primeras filas y media de la clase “Business” del A320 en la que me desplazaba la ocuparon siete mal llamados “extra crew” de esa compañía, Air Europa y Swiftair, como en los viejos tiempos. En São Paulo hacía tránsito a la clase turista de LATAM para proseguir a Santiago de Chile, pues no había plazas en ejecutiva, consecuencia de que tomé la decisión de ir a América el mismo día que inicié el periplo, en plena temporada alta y, por tanto, todo lleno y carísimo, incluso en económica. Ni siquiera pude reservar en asiento de salida de emergencia por lo tardío del emprendimiento y me conformé con una simple butaca de pasillo delantera, un buen contraste con la Primera de la compañía de Singapur. El último intento para alterar la situación lo hice en la esplendorosa sala VIP de LATAM en el aeropuerto brasileño, pero fue inútil y lo único que quedaba era hacerme a la idea. Cuando quise sacar cosas de mi equipaje y meter otras me di cuenta que el sufrido “trolley” había comenzado a reventarse y, o lo sustituía inmediatamente, o podría vivir alguna situación desagradable a 50 minutos de la salida del vuelo. Fui como poseso a comprar otro, regresar a la sala VIP, trasladar mis enseres lo más rápido posible, teniendo en cuenta que la maletita era más pequeña, y dirigirme a la puerta de embarque. El problema adicional es que nadie en LATAM informó que mi avión no salía de la flamante y nueva terminal 3, sino de la vieja 2, a considerable distancia. Y queda­ban 25 minutos para partir. Menos mal que corro con frecuencia, lo que no fue óbice para que llegara en el último momento a la puerta de embarque sudando por todos los poros, con el resto de viajeros embarcados y con la necesidad de acomodar el “trolley”, la cartera con el ordenador portátil, papeles, etc., y una bolsa de plástico repleta. Lo conseguí y me asenté en el 5C, hasta que una simpática señorita se acercó para pedir si podía cambiar de butaca para que pudiera viajar con su novio, que estaba en el 5B. ¿Y el trueque a cambio de qué era?: Por un asiento de pasillo en salida de emergencia, es decir, lo que intenté denodadamente tras no poder volar en Business. Por fin algo salía bien. La grácil sobrecargo se pasó todo el vuelo intentando que sonriera, ya que le parecía muy serio y dieron gratuitamente, a diferencia de muchas aerolíneas europeas una cena con un buen “sandwich” y postre, quesito, galletas y bebidas de todo tipo, sentado al lado de dos brasileñas que no necesitaban que les provocaran para reírse. En la capital chilena el avión lo estacionaron en remoto, lo que permitió que descendiera de la jardinera y pasara el control de pasaportes el primero, accediendo inmediatamente a una aduana sin pasajeros, acomodándome en un “plis-plas” en el vehículo que me esperaba. Al final, el viaje se arregló meridianamente bien. Estrené la reformada sala VIP de la Terminal 3 de Barajas. Al principio me sentí un poco incómodo por desaparecer los rinconcitos a los que me había habituado, pero reconozco que ha mejorado y el personal que lo atiende cada vez es mejor. Eso sí, podrían indicar que la correspondiente a la T2 está de nuevo cerrada por más reformas y hubiera ahorrado un paseo. El vuelo de Air Europa a Las Palmas tuvo 45 minutos de retraso por regulaciones de tráfico y duró tres horas y cuarto, mucho más de lo habitual, pues estuvimos dando vueltas bordeando Gran Canaria y Fuerteventura, me imagino que debido a que una de las dos pistas estaba cerrada. En el embarque observé a un perrito suelto con su correa a bordo con su dueña. Pregunté a un tripulante de cabina de pasajeros sobre este asunto y la respuesta fue una novedad. Hay pasajeros que están autorizados mediante un certificado de un especialista porque necesitan la compañía de animales, ya que les hace bien y esta situación se permite desde hace poco. Como no creo que un psiquiatra ponga trabas a homologarme de cualquier manera extraña, voy a ver si consigo llevar en cabina a mi gran danés, haciendo que sienta nuevas y grandes sensaciones. En el aeropuerto de Gando está lista la terraza abierta de la sala VIP, para goce y disfrute de los fumadores, pues pueden ejercer allí sin limitaciones su vicio, lo cual me parece muy bien, aunque yo hace años que dejé ese y casi todos. Viajando a Toulouse con Air Nostrum la sobrecargo (bueno, la única TCP, ya que era un CRJ200) me dio tal bienvenida como titular de la categoría “Infinita” del programa de viajeros frecuentes Iberia Plus, que daban deseos de no separarme de ella. Qué placer tan inesperado viví. Septiembre 2016 JAVIER TAIBO

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