Creo que soy un anciano desmemoriado...

Creo que soy un anciano desmemoriado. Fui a América en Iberia y la sobrecargo me saludó afectuosamente pues, según ella, no era la primera vez que íbamos juntos. El que no me acuerde es relativamente normal, pues conozco a demasiada gente y vuelo mucho, pero me precio de ser un relativo buen fisonomista. De hecho, a Obama y a Trump la mayor parte de las veces les distingo sin demasiadas dificultades y soy consciente de que son, respectivamente, un excelente actor y deportista islandés y nigeriano. Pero no nos desviemos, que luego no me acuerdo de lo que quería escribir. Al poco tiempo apareció para congraciarse una tripulante de cabina de pasajeros (TCP), que efectivamente sí conocía de cuando tenía una medio pandilla de salidas relativamente juveniles por la mayor isla alemana del mundo, Mallorca, y que he encontrado con frecuencia en mis desplazamientos entre Madrid y Palma. Ella más tarde me trajo a otra “tecepé” para decirme si me acordaba de no sé que nombre dijo, que ya superaba mi capacidad recordatoria de esa jornada. Opté por la protección de los auriculares, ver películas, comer y dormir, con la esperanza de que nadie más se acercara para añorar un tenebroso pasado, que ya cuesta trabajo escudriñar. En el regreso, desde otra ciudad del Nuevo Continente, otra azafata de la gran compañía española se me aproximó para preguntarme si yo era yo, lo cual no es muy difícil de averiguar si se observa la impresión del PIL (Passenger Information List) que tiene a su disposición y relaciona nombres y apellidos con el asiento correspondiente, categoría de viajero frecuente y otros datos. No dudé en ratificar que yo era yo y tímidamente preguntó si no me acordaba de ella de la Casa Gallega de Palma, clausurada hace varios siglos. Tengo que reconocer que hay un vago recuerdo de la diferente vida que llevaba hace más de veinte años que vino a mi destartalado cerebro. Nuevamente el recurso de cascos, filmoteca, engullir y soñar fue la tabla de salvación. En Lima subí al avión malhumorado por el embarque desastroso, que hizo que regresara a la odiosa sala VIP, que si la derriban y dejan de ofrecer ese servicio no lo voy a echar de menos. Estoy harto de los mismos “sandwiches” rellenos de un engrudo infumable y del paté de sospechoso color rosado que sirven desde hace años en un alarde de originalidad de “catering”, mientras los cuatro periódicos que ponen a disposición de los clientes nunca están a disposición de los clientes y en el habitáculo de trabajo con ordenadores personales no dejan introducir bebidas porque piensan que el usuario debe ser tan mongólico como ellos y puede derramar la bebida en el vetusto teclado y estropearlo. Eso sí, afortunadamente está casi siempre tan repleta que es preferible dar una vuelta por la terminal y eliminar la tentación de que el pasajero tenga que exprimir naranjas para hacerse su propio zumo. Pues después de todo eso y que llamaran al embarque en la sala quince minutos antes de que este se produjera en realidad, al personal de la aerolínea les dije que retornaba allí y que me buscaran y, si no, que me dejaran en tierra descargando mis maletas, porque no iba a esperar una cola de pie por su antojo, yendo en Business y teniendo el máximo nivel de pasajero frecuente. Cuando fui a abordar el avión estaban terminando de aceptar a otros dos pasajeros “premium”, pero abrieron la barrera a todos los de turista, con lo cual mi prioridad de embarque se fue al garete. En esas condiciones, normalmente cuando el tripulante recibe en la puerta del avión con una forzada sonrisa y musita “buenas tardes, bienvenido a bordo” suelo contestar que la tarde era buena hasta que empezó el embarque y que todo el proceso representa una “malvenida” a bordo, lo cual genera un cortocircuito mental en la susodicha persona, que no está preparada para reaccionar. Lo que ocurre es que, a medida que he ido madurando en edad, dignidad y gobierno, esa mala percepción de la tripulación por llegar hasta las narices de todo es injusta y normalmente hacen todo lo posible por reconducir la situación, lo cual es complicado. Debo abrir la mente y ser menos estricto y más benevolente. Usualmente suelo hacerlo, explicando brevemente porqué he embarcado de mal humor y agradeciendo que hayan hecho todo lo posible porque me sintiera agradable. Y al final hoy, a diferencia de hace años, el personal de cabina de pasajeros de Iberia es bueno y profesional e intentan hacer su trabajo lo mejor posible. Un año más mantengo el nivel máximo de viajero frecuente de las tres grandes alianzas globales de aerolíneas, Oneworld (del que disfruto para siempre), Skyteam y Star, respectivamente por parte de Iberia, Air France y Singapore Airlines, a la que no perdonaré que haya dejado de operar entre Barcelona y São Paulo. Y el primer día de enero me estrené volando a las 8 de la madrugada a mi querida Mallorca. Creía que iba a volar solo, porque pensaba que no existían muchos pirados que viajaran en el primer enlace del día de año nuevo a ese destino, pero me equivoqué. Enero 2017 JAVIER TAIBO

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