Mayo 2014

Como prácticamente me he pasado el primer tercio del año yendo y viniendo a América, una vez cada dos semanas, por razones de horario y en un arrebato raro de responsabilidad para estar en una reunión, opté volar a Lima con tres colegas en Air Europa. En primer lugar, la terminal T1 es más cutre que cierto presunto empresario que destroza compañías y despluma a socios, que ha decidido ganarse la vida presentando a su hijastra en un concurso de televisión cutre, para encontrar novio cutre. El avión tuvo dos horas de retraso y ni la comandante ni el segundo piloto dieron una sola voz para pedir disculpas y dar las explicaciones. No se dirigieron al pasaje en todo el vuelo ni para decir buenas noches.

El asiento de su clase Business no da la talla de un pasajero de negocios ni borracho, y muchos menos con las tarifas que cobran. Si alguien tiene la desgracia de volar con ellos en largas distancias, que lleve una maleta dura de mano para que sirva de apoyo de la butaca cuando se  reclina y tener la sensación de que se duerme algo menos inclinado. El “catering” lo debe diseñar alguna empresa mala de comida a domicilio y el entretenimiento es mediante pantallas portátiles, que no hay forma de situarlas para ver las películas con comodidad, pues no tiene un sistema integrado en el asiento.

El cenit de la “cutrez” es que sólo llevaban un título de periódicos de información nacional. Eso sí, la tripulación, que al principio aprecié que no estaba preparada para atender a pasajeros exigentes, con el tiempo hizo lo que pudo y fue lo mejor, dentro de lo peor. Lo más estridente es el tipo de pasaje que lleva Air Europa en su clase ejecutiva de vuelos intercontinentales. Obviamente, empresarios, profesionales y viajeros de alto nivel, e incluso yo, difícilmente nos plantearíamos elegir la compañía de Globalia frente a la competencia para ir a América. En consecuencia, se encuentra uno a bordo el resto. Viajeros en bermudas, señoras raras emitiendo ruidos guturales, humanos con aspecto de poco aseados, etc.

Pepe Hidalgo anunció hace poco que quería convertir a Air Europa en la primera aerolínea española. Ya puede invertir el dinero que no parece tener en una clase ejecutiva en los aviones grandes que haga la competencia a Iberia, porque hoy no tiene la más mínima posibilidad. Comparar su Business de A330 con la nueva de A330/A340 de Iberia es como hacerlo entre un hotel de tres estrellas y uno de cinco. Volví con otra aerolínea.

Yendo a Ibiza con ellos, me situé al lado del cartel de embarque prioritario, como me corresponde y es la costumbre. Una cretina ordenó que me retirara a donde estaban todos los pasajeros. Mi reacción le previno de por dónde iban los tiros. Al poco apareció otra agente de tráfico de Globalia para controlar el flujo de embarque indicando que me pusiera donde la otra no quiso. Le pregunté audiblemente si su compañera tenía más jerarquía. Salió despavorida. Cuando empezó el embarque, una tercera me vino a rescatar para que pasara el primero, mientras la cretina hacía que hablaba por teléfono mirando hacia otro lado. El trato prioritario, de ejecutiva y platino debía ser por lo espeluznante, puer era para correr y volar en otra compañía.

Tampoco entiendo cómo configuraron los Embraer E195 tan incómodamente, ya que en todos los aviones de esta familia en los que he volado de otras aerolíneas son estupendos, especialmente en las clases ejecutivas de aerolíneas iberoamericanas. Tal como lo ha habilitado Air Europa, es como para no comprar nunca su Business, porque es realmente una estafa. Es difícil que las millas de mis vuelos en aviones de Air Europa se registren en mi cuenta del programa de viajeros frecuentes FlyingBlue de Air France-KLM y, de hecho, con frecuencia tengo que reclamarlas.

Las Palmas-Madrid con Air Europa en un Boeing 737-800 lleno y un equipo de algún deporte de masas que desconozco. Comenzamos a rodar con pasajeros de pie, consintiéndolo la tripulación de cabina. Viajé rodeado de titulares de ese equipo y en la fila de atrás de cinco auditores o concursalistas hablando a gritos de sus actuaciones profesionales y dando golpecitos en mi respaldo, mientras los deportistas en chándal hablaban de su vida, comían los bocadillos que les habían hecho sus mamás, vociferaban y se situaban en el pasillo y donde podían. No sé porqué dicen que el deporte es saludable. Las auditorías y concursos ya sabía que no.

Hay estereotipos a bordo que detesto: niños, jubilados de vacaciones-que son peores que una manada que los anteriores-, familias con bebés y, desde hace poco, chinos, a los que se les nota a la legua que en su educación no les han adoctrinado con buenos modales y les importa un comino lo que les rodea, vociferan, se desplazan por la cabina como por su casa y una educación exquisita la deben considerar un atavismo de élites occidentales que repudian. En un vuelo de doce horas se convierte por parte de muchos occidentales en deseos de tortura y muerte lenta hacia ellos.

JAVIER TAIBO
 


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