Marzo 2014

He podido comprobar con frecuencia que las empresas de “catering” de Lima no llegan ni por asomo al mínimo de calidad de comidas que les exigen sus clientes europeos, hasta el punto que recomiendo a todo el mundo que llegue alimentado al avión y ni se le pase por la imaginación degustar lo que le ofrecen a bordo, ni por aburrimiento. Pero no tiene mucho que envidiar a lo que da Air France en un vuelo europeo en clase ejecutiva. Me desplacé entre la capital gala y Toulouse, con demora considerable en el embarque debido a que había una maleta no identificada a pie de avión; y hubo otro retraso para salir de la terminal del sureño aeropuerto por otra más, que obligó a las fuerzas de seguridad a bloquear la puerta a través de la cual se abandona la zona de recogida de equipajes. Algo trataba de impedir que acudiera a una reunión.

En el retorno, enlazaba en París/Orly Oeste con un vuelo de Air Europa, teniendo, sólo 45 minutos desde la toma de tierra hasta la hora teórica de quitar los calzos de las ruedas del 737-800 para ir a Madrid. En ese tiempo debía rodar hasta el estacionamiento, situar la pasarela telescópica, desembarcar y salir zumbando hacia la puerta de embarque. En estas situaciones la aeronave que hay que alcanzar está siempre en hora: Nos estacionaron en la otra punta de la terminal, hasta el punto que tuve que salir de la zona que está pasada el control de seguridad, para ir a la otra, materialmente en el otro extremo.

El viajar en clase ejecutiva, tener impresa la tarjeta de embarque en la que indicaba que soy beneficiario de la llamada “Sky Priority” y ser Platino de FlyingBlue no permitió que el sistema de lectura de códigos me reconociera como tal, obligándome a pasar el nuevo control de seguridad, no por la fila prioritaria, sino por la del montón, con una cola que me atacaba los nervios. La campana de detección saltó la alarma –no porque llevara nada, sino aleatoriamente– para que me cachearan, mientras que el agente que observaba mi equipaje de mano en el escáner decidió que había que inspeccionar meticulosamente la cartera, algo que, pese a mis demandas –o quizás por eso– de que perdía un vuelo, se hizo lentamente.

Afortunadamente, cuando llegué a la puerta el embarque se hacía a paso de tortuga, por la gran cantidad de bultos de mano que llevaban los pasajeros. Allí Air Europa no tiene acordado un embarque prioritario de pasajeros de clase ejecutiva o a los buenos clientes, pese a que atiende esa operación por Air  France, la creadora de la “Sky Priority”, por lo que opté abordar el avión el último, en lugar de hacer la escabrosa cola. La verdad es que todo lo compensó el sobrecargo, que es de los mejores que he visto, preocupado de todos los detalles, mucho más allá de lo que rezan sus normas de servicio, haciendo que los pasajeros de clase ejecutiva no sintiéramos esmerada, amable e, incluso, originalmente atendidos.

Los tripulantes de Lan mantienen la costumbre de arramblar con lo que hay en el asiento cuando un viajero va al aseo (no hay muchos otros sitios donde ir a bordo), sin preguntar, lo que me generado más de un mosqueo. Si se lo critico –y vaya que lo hago– se quedan como atónitos. Pero lo peor es que siempre que intentaba comprar un billete a través de su “web” tenía problemas, hasta el punto que era casi imposible que cerrara una operación. Pensaba que su sitio en Internet era malísimo. Presenté una reclamación después que la última vez tuviera que adquirir urgentemente un billete en su oficina en el aeropuerto de Madrid para ir de São Paulo a Lima y vuelta.

A raíz de esto descubrí que estaba en una lista negra, presuntamente por no haber pagado un billete en octubre de 2012, sin que nadie me lo hubiera notificado, pese a tener el nivel “zafiro” de su programa de viajeros frecuentes. Nadie sabía explicar si eso era cierto, ni qué había ocurrido. Haciendo una investigación interna en mi empresa pude demostrar el pago de un billete en la misma ruta, clase y fecha y monté una bronca solemne. Me llamaron de Atención al Cliente de Lan desde Santiago para pedir disculpas, que acepté, y para comunicarme que me habían sacado de la lista negra. Una prueba más de que me pasa de todo en el transporte aéreo.

Santiago de Chile-Madrid: La limusina a la que tenía derecho puesta por Iberia no apareció a recogerme en el hotel; me dirigí a los mostradores de control de pasaportes, teniendo que esperar en la cola unos 20 minutos y, ante mi estupor, el policía me hizo notar que la tarjeta de embarque no era mía. Mientras arreglaban el entuerto no pude ir a la sala VIP y estuve una hora de pie; el vuelo tuvo un considerable retraso en la salida, sin que nadie a bordo lo explicara; y, antes de llegar, una hora y cuarto previamente al aterrizaje (a las 16:45 hora local de Madrid; 12:45 de Chile, cuando allí se almuerza), sirvieron un  desayuno.

A la llegada, mis maletas salieron en la cinta de equipajes entre las cinco últimas, pese a estar etiquetadas de prioridad; y una de las dos llegó totalmente destrozada. Imagínense con qué humor vi en los días siguientes la publicidad de la nueva Iberia en televisión, aunque tengo que reconocer que, gracias a las actuaciones a posteriori para enmendar todo lo que ocurrió por parte de la Dirección de Marketing, Plus Platino y Atención al Pasajero, he decidido dar un voto de confianza a los esfuerzos que hacen.

JAVIER TAIBO


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