Diciembre 2012

 

Fui a Venecia y volví en el día con Alitalia, vía Roma, porque el billete costaba un tercio del precio que la compañía que ofrecía un vuelo directo, incluyendo la reserva de plaza amplia de pasillo en salida de emergencia. Esta aerolínea, sin que sea mi modelo deseado de calidad, es una eterna superviviente, que supera, bien que mal, todas sus crisis y cuyos empleados parecen más los funcionarios de la antigua empresa estatal. Con el tercero de esos segmentos alcanzaba, con sobrada anticipación, la renovación del nivel platino del programa de viajero frecuente “FlyingBlue” del grupo Air France-KLM, al que están adheridos la italiana y la española Air Europa, entre otras.

En sus vuelos obsequia bebidas calientes y frías y un “snack”, lo cual es de agradecer, aunque sólo sea por no arrugarse rebuscando en los bolsillos monedas, ya que las tripulaciones de las aerolíneas que cobran por el “catering” casi nunca tienen cambio, lo que lleva a, por un importe nimio, tener que pagar con tarjeta de crédito, con el correspondiente bloqueo del servicio a bordo. El aeropuerto romano de Fiumicino es un poco caótico y con señalización confusa o incluso falsa, como es el caso de la sala VIP del espigón en el que tenía que embarcar, que finalmente no existía, tras interpretar sus propios planos y dar paseíllos buscándola.

En España estamos muy bien acostumbrados, o en Italia mal, según se analice, ya que en dos de los tres embarques el avión estaba estacionado en una posición remota y nos acercaron en incómodos autobuses. Cuando llegué a Venecia faltaban un par de horas y media para que aterrizaran dos personas que procedían de Barcelona y debía recoger, con lo que dediqué el tiempo a ir hasta el muelle desde donde salen y regresan las preciosas y caras lanchas-taxi que comunican el aeropuerto “Marco Polo” con la histórica ciudad y el gran negocio que tienen montado con ello; a hablar por teléfono; ir a los aseos; y comer un trozo de “pizza” en el bar-restaurante de la zona de facturación. Pensé que por estar allí sería deliciosa y no, sabía igual de bien o de mal que en un negocio de comida rápida en Madrid y el café capuchino similar al que puedo hacer en mi casa con uno soluble de sobre.

Al regreso, están muy bien montadas las tiendas de todo tipo de la zona pasado el control de seguridad, al igual que la sala VIP de Alitalia, demostrando que el diseño italiano es un nombre de marca, aunque la correspondiente de Fiumicino estaba anticuada, mal situada y dotada, hasta el punto que costaba trabajo encontrar periódicos, platitos, vasos y bebidas. El hecho que fuera al final del día no puede ser una excusa. Por lo demás, todos los vuelos transcurrieron sin pena ni gloria, más o menos en hora.

Justo diez días antes de anunciar Iberia su plan de ajuste embarcaba en el aeropuerto de Tenerife-Norte hacia la capital de España, con carteles diferenciadores del flujo de pasajeros de Air Europa en la puerta. Se lo hice notar a las dos agentes que controlaban el acceso y una me contestó que daba igual, que faltaban diez días para que las echaran a la calle. Excelente espíritu de servicio y una muestra más de porqué la compañía española ha llegado a esta situación. Si soy el responsable de recursos humanos de la empresa, tengo claro que la que me contestó se incluye en el expediente de regulación de empleo. En vez de esforzarse para que sea imprescindible, todo lo contrario y así va el país.

Una persona con la que viajaba, ilustre ciudadano chileno, me hizo notar cómicamente que en castellano decíamos embarcar, cuando no se trata de un barco. Dudé y lo miré en el Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua, que define ese verbo como “introducir” personas, mercancías, etc., en una embarcación, tren o avión. Pero le doy la razón: deberíamos hablar de “enavionar” o “enaeronavear”. Qué falta de ignorancia la mía.

No entiendo la política de ingresos y de costes de AENA y más en un momento crítico, cuando quiere reducir su plantilla de empleados con más de 55 años mediante un plan que no vislumbro en qué consiste el ahorro. Sus carísimos estacionamientos de vehículos están, a medida que avanza la crisis, más vacíos. En mi caso, para una estancia de más de un par de días, compensa ir en taxi. No tiene ninguna razón de ser, especialmente cuando los de la T1 y T2 de Barajas están viejos y sucios y todos bastante vacíos. Subieron espectacularmente los precios y eliminaron los descuentos mediante abonos mensuales cuando los españoles nos creíamos ricos e íbamos en coche incluso para hacer una micción.

Ahora, que la gente mira el dinero con lupa, no se les ocurre regresar a la política tarifaria de antaño, que generaría más ingresos a los maltrechos Aeropuertos Españoles. Resulta increíble que con una tarifa corporativa promocional pague 26 euros por el alquiler diario de un magnífico vehículo en Gran Canaria, incluyendo impuestos, seguros y recogerlo y dejarlo en el aeropuerto de Gando y en Barajas del orden de 20 sólo por dejar mi coche el mismo tiempo en un recinto mugriento.

JAVIER TAIBO

 


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