Noviembre 2012
Ryanair, Palma-Madrid, en uno de esos madrugones que sufro por masoquismo ilustrado, plaza de primera fila en pasillo comprada y una joven impresionantemente bella sentada en el asiento central contiguo, por el que también había pagado, aunque ella desconocía que le tocaba estar entre dos animales. Preguntó por señas a una tripulante de cabina de pasajeros que no hablaba ni patata de español si se podía cambiar al que había pasillo por medio, que estaba libre, y le contestó de malos modos que no, algo que al día de hoy no entiendo. No sé si lo hacen por fastidiar o para mentalizar a la gente que se fijen más en sus compras por Internet, pero presumo que es por lo primero.
Aeropuerto de Dublín: los españoles no valoramos lo que tenemos (aunque, visto lo visto, no lo hayamos pagado todavía, ni sepamos si lo vamos a poder liquidar). En el desembarque hay que subir y bajar unos puñados de pocos escalones, francamente incómodos con equipaje de mano, algo que no ocurre en nuestras infraestructuras. El retorno, con Iberia Express, fue para salir corriendo, en lugar de volando. Al empleado de facturación, un negrito con aspecto de cubano, le pregunté si existía un filtro de control de seguridad para pasajeros de clases nobles. El muy simpático me dijo que sí, pero que Iberia no quería pagar por él. Yo soy el responsable de la aerolínea y le cancelo el contrato a Servisair.
Ya embarcados tuvimos un retraso de casi dos horas, porque a esa empresa de “handling” aeroportuario no le cuadraba el número de maletas a bordo. Como el vuelo era tardío, estaba cantado que todos perderíamos las conexiones, incluyendo la de mi humilde proyecto de persona, que tenía que enlazar con el último Madrid-Palma, también de Iberia Express.
Cuando rodábamos a las mil y monas por Barajas rumbo al estacionamiento. Una ingente cantidad de pasajeros -calculo que un tercio- se levantó y situó en el pasillo con nerviosismo, para tratar de salir cuanto antes y ver qué ocurría con los aviones con los que tenían que proseguir el viaje, y esto faltando cuatro minutos para llegar al aparcamiento y contra cualquier norma de seguridad. No sólo la tripulación no lo impidió, sino que siquiera dio una voz por megafonía para tratar de evitarlo. Tal como estaba la situación, tendría que haber informado a la cabina de pilotaje para que se detuviera la aeronave hasta que todo el mundo ocupara de nuevo sus asientos. A esa tripulación, especialmente a la sobrecargo, le deberían quitar la licencia.
Tras desembarcar, un chaqueta roja pretendió alojarme en el hotel Alameda (al que iba cuando era pequeño a cosas que no eran precisamente a dormir, pero barato) y que me subiera a un autobús, después de darme un bono, que conservo enmarcado, que daba derecho a cama, cena, desayuno y una llamada de teléfono, que creo que es algo similar a cuando han detenido a un presunto facineroso en una comisaría, además de una tarjeta de embarque con un asiento de última fila para un Madrid-Palma que exigía que me despertara cinco horas después.
No sé si este es el nuevo tratamiento ante la crisis de los Plus Platino, pero lo cierto es que yo, ante la desesperación del inútil del chaqueta roja, que no debería estar en contacto con los clientes, fui al estacionamiento Avip de Barajas, arranqué mi vehículo y fui a dormir a casa. El servicio de atención telefónica de Platino (y Oro) resolvió mi requerimiento con eficacia, educación y comprensión de cambiar mi billete abortado para la semana siguiente, pidiendo toda clase de disculpas.
JAVIER TAIBO