Mi página diciembre 2010

Sufrí un solemne retraso de cuatro horas en la línea chilena Lan entre Santiago y São Paulo. Siempre predico que esa compañía es magnífica cuando todo funciona bien y un desastre cuando algo falla, como en este caso, en el que todavía estoy esperando que me indemnicen, o abonen millas en mi tarjeta de pasajero frecuente Lan Pass, pese a las importantes dificultades que me provocó, obligando a anular una cena y llegando a Brasil a las “mil y monas”. De cualquier manera, fue la mejor opción que tuve para viajar a los pocos días de Madrid a Santa Cruz de la Sierra, en Bolivia, vía Lima y La Paz, y retorno.

La verdad es que, en este caso, las cosas funcionaron bastante bien. Su clase Premium Business es muy buena, pese a que la estrechez del fuselaje del Boeing 767-300ER hace que las butacas sean algo menos anchas que en un A340, lo cual está compensado por un moderno sistema de entretenimiento a bordo, un práctico mamparo de separación entre las parejas de asientos, un magnífico y real edredón y un “catering” exquisito, sea cual fuere la hora de despegue, no como otras. Pese a que los vuelos entre Lima y Bolivia de su filial Lan Perú no tienen clase ejecutiva, como tránsito del intercontinental permiten el acceso a la sala VIP que utiliza en el aeropuerto Lima “Jorge Chávez”.

En el A319 que cubrió los dos saltos hasta Santa Cruz de la Sierra viajaban un par de ministros de Defensa iberoamericanos que acudían a ese lugar a una conferencia con sus homólogos de la región. Esto viene a cuento porque, cuando llegamos, nos estacionaron provisionalmente en un lugar remoto, en el que extendieron una alfombra roja hasta la escalera del avión y una guardia militar rindió honores a los ilustres visitantes, mientras el resto de los mortales aguantábamos estoicamente a que terminara el paripé y nos remolcaran hasta la pasarela telescópica, desembarcando con un considerable retraso. En España hubiéramos exigido la dimisión del ministro de Fomento.

En el aire, cuando los tripulantes de cabina de pasajeros necesitan ir al aseo dejan atravesado en el acceso al “galley” (cocina) un carrito absolutamente montado con botellas y todo tipo de enseres, para impedir que los pasajeros entren… Me figuro que lo que pretenden es que no robemos nada, ya que si lo analizo desde el punto de vista de la seguridad me parece una salvajada, especialmente si la aeronave penetra en una zona de fuertes turbulencias, en la que todo puede saltar por los aires, y nunca mejor dicho. Estos detalles representan lo que digo, que Lan es buena, pero que tiene algunas cosas que ponen los pelos de punta.

Pero lo divertido estaba por venir. Para entrar en Bolivia hay que rellenar tres formularios: los habituales de inmigración y aduana y otro de declaración de entrada de divisas. El sistema de entrada es así: primero está el mostrador de control de pasaportes, seguido del que se entrega el impreso sobre los billetes de moneda extranjera y terminando con la recogida de maletas y aduana. El primer trámite lo superé sin dificultades, pasando al que pretende verificar que nadie introduzca sin informar más de diez mil dólares, entiendo que para evitar la compra de estupefacientes. Entregué las dos hojitas autocopiativas y el funcionario me preguntó si quería cambiar dólares a buen precio.
Me quedé tan estupefacto que no supe cómo reaccionar, replicándole que sólo llevaba euros, mirando hacia los laterales para verificar si estaba alguien observando. El individuo me dijo que me daba nueve bolivianos por cada uno y que cuántos quería, que los tenía ya preparados en paquetitos de cincuenta y cien euros al cambio. Sin recuperar mi capacidad habitual, le pregunté tímidamente cómo lo hacíamos, pensando que era una broma o que había una cámara oculta, pero me fui reponiendo y la verdad es que necesitaba cincuenta euros en moneda local y me divertía la situación. Con toda naturalidad me dijo que lo hacíamos allí y delante de todo el mundo me dio su parte y yo la mía, sin saber si era un timo, ni la cotización real, ni si eran falsos.

Recogí mi equipaje y un agente de Lan verificó que las etiquetas coincidían con mis resguardos. Le pregunté si había muchos robos de maletas, para que hicieran eso y me contestó que no, que simplemente eran sus normas. Me pareció una estupidez, ratificada por la gente que me esperaba, que confirmó que había bastantes sustracciones, al tiempo que la operación de cambio que había hecho era buena, aunque mostrando también su estupor. Nos dirigimos al hotel, con frenazo incluido para que pasaran cuatro vacas en la carretera.

En mi estadía acompañé a unas personas al viejo aeropuerto de El Trompillo, hoy en pleno centro de la ciudad, que acoge a la Escuela de la Fuerza Aérea, algunos vuelos comerciales de Transporte Aéreo Militar, centros de formación y vuelos privados. Había un bimotor Curtiss C-46 de Líneas Aéreas Canedo en servicio –de los pocos que perviven en el mundo– en el que he prometido volar lo antes posible. Pregunté qué podía llevar típico de esa urbe a España y me respondieron con sonrisa irónica mis amigos locales que coca. En el retorno coincidí con el embarque del Boeing 747-400 de Aerosur con destino a Madrid y abordaron el avión sólo unos cuarenta pasajeros. Vaya ruina.

JAVIER TAIBO


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