Mi Página. Junio 2010

Me encantan los chiquillos de Air France, que dan las voces en cabina mirando al pasaje en el centro del pasillo, dando una sensación de calidez. Y la que es espectacular es su nueva clase primera de vuelos intercontinentales. En París/“Charles de Gaulle” hay una señorita que espera en la puerta del avión en el que llega uno en tránsito, que atenderá al cliente en toda la escala, de la que el sobrecargo del vuelo a Madrid habrá informado del nombre antes del aterrizaje, que le extraerá del flujo normal de pasajeros de las otras clases, llevándole desde la aeronave al aparcamiento de la fabulosa sala VIP exclusiva en un coche de lujo, en donde ellos se ocuparán de pasar el control de pasaportes y le devolverán por la misma vía cuando el resto de los viajeros estén ya a bordo, una vez transcurrido el tránsito.

Ya sentado en una de las cuatro sobrias plazas del ancho Boeing 777-200ER, el comandante saldrá perfectamente uniformado a saludar y comentar personalizadamente las incidencias previsibles del vuelo (igual que en las compañías españolas, que, en la mayor parte de los casos, si aparecen es en mangas de camisa y para saludar a sus enchufados alegales) delante de la magnífica butaca cama y con un servicio a bordo espectacular. Sorprendente, realmente sorprendente: no hay que ir al Sudeste asiático para encontrar calidad en el transporte aéreo… salvo por el extravío de las maletas en el retorno, que me entregaron con un día y medio de retraso y todavía estoy esperando que me indemnicen, algo que me corresponde con la normativa europea en la mano.

El tema del dinero lo llevan mal (o bien) estos “garçons”, pues todavía no me han devuelto el importe de mi vuelo de Lima-Amsterdam-Madrid-Palma, cuyo primer tramo cancelaron como consecuencia del cierre del aeropuerto holandés, con la excusa de la nube de cenizas generada por el famoso volcán islandés. El servicio a bordo de Air France está años luz de lo que me ocurrió en un vuelo de la chilena Lan en su clase máxima, la Ejecutiva. Estaba aposentado en mi butaca y se acercó una señorita de tierra para decirme que estaba estropeado el asiento y que me tenía que cambiar a otro de ventanilla (posición en la que nunca viajo).

Le pregunté unas cuatro veces qué es lo que sucedía, después incluso de comprobar que los mandos de movimiento, el sistema de entretenimiento y el cinturón de seguridad funcionaban, saliendo la sicaria siempre con respuestas evasivas, hasta el punto que, enojado, le manifesté que, si no me explicaba la razón real, no pensaba plantearme si me cambiaba de lugar. Desapareció y al cabo de un ratito se presentó el sobrecargo para decirme que había una pareja de recién casados que estaban separados en la cabina y que esa era la razón. Por haberme mentido, me negué. Mi sorpresa es que en la butaca contigua a la mía recolocaron a otro pasajero. ¿Qué le habían dicho?: que se tenía que cambiar de sitio porque su butaca estaba estropeada. En pocas palabras, era im-presen-ta-ble.

Volví, por primera vez desde la inauguración de su aeropuerto, a La Gomera. Sigo considerándolo como la infraestructura de este tipo más bonita de España y parte del extranjero, exquisita y exclusiva, con sus sólo dos vuelos diarios de ATR 72 de BinterCanarias, que presta, como siempre, un magnífico servicio. Y la isla es uno de los lugares más embelesadores del mundo, entrañable y discreto, hasta el punto que tuve la oportunidad de bajar en el ascensor del hotel con la canciller alemana, Angela Mertkel, sin que nadie supiera que estaba allí, de vacaciones en un plan absolutamente sencillo y privado, o sea, igual que nuestros humildes y honestos gobernantes. Un paraíso en el que apenas se encuentra turismo ni coches… Mejor olvídese de lo que acabo de escribir.

Al día siguiente de la aprobación en las Cortes del plan de ahorro del Gobierno, que incluía la reducción salarial a los funcionarios y la congelación de las pensiones, el secretario de Estado de Turismo, Joan Mesquida, viajaba de Madrid a Palma en Business Class. Como muchas cosas, es una tomadura de pelo al pueblo español, tanto si se lo hemos pagado todos a la fuerza, como si le han hecho un “upgrade” que no debía haber aceptado, como si se lo ha pagado de su bolsillo, que estoy seguro que no, porque si iba en viaje privado no debería utilizar la sala de autoridades, desde donde embarcó, que también pagamos todos los españoles. Y, a propósito, Iberia poco se luce con las voces que se dan en todos sus vuelos informando que es la transportista oficial de la Presidencia española de turno de la Unión Europea, con los tiempos que corren.

Una vez más, me desplacé entre Palma de Mallorca y Denia en un “ferry” llevando un vehículo. Le recomiendo que no se moleste en comprar la llamada butaca “Neptuno” de la naviera Balearia, que viene a ser su especie de clase ejecutiva. Es la misma que la más barata, que, salvo en verano, suele ir holgada de viajeros, mientras que en la cara han reducido el servicio, hasta el punto de obsequiarle en cinco horas –ya que hace escala en Ibiza– únicamente un refresco. Para que luego yo proteste de las compañías aéreas.


JAVIER TAIBO


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