Mi página - Abril 2010

Tenía planeado desplazarme a São Paulo a una cena, continuando en la mañana siguiente a Santiago de Chile, al cabo de un par de días iría a Lima y 24 horas después regresaba a Madrid. Un día antes de partir se produjo el devastador terremoto del país andino, con lo que sugerí a dos colegas que viajaban una jornada antes que cancelaran. Yo mantuve mis planes, pensando que de la madrugada del viernes al sábado al martes, cuando yo pensaba originalmente llegar, que ya no habría problemas para entrar, pese a las alarmantes noticias sobre el cierre del aeropuerto.

A medida que pasaban las horas, las noticias eran más estremecedoras, hasta el punto que ningún vuelo comercial había despegado entre Brasil y Chile tres días después del sismo. Me incluyeron en el listado de pasajeros del primero que iba a hacerlo y me presenté en Guarulhos en la madrugada del martes al miércoles para facturar, pero, por circunstancias que no vienen al caso, muy personales, no embarqué. En cualquier caso, había gente que necesitaba imperiosamente retornar a su país, por lo que graciosamente opté por un radical cambio de planes. Tres horas y media más tarde despagaba hacia Bogotá y un día después a Lima.

Estando en la capital colombiana, contactaron conmigo para ratificar que seguía interesado en ir a Santiago. Mi respuesta fue positiva, pues anhelaba dar un abrazo a amigos y sentir alguna réplica del terremoto y embarqué en un Boeing 767 de Lan a las nueve de la tarde de ese jueves desde la capital peruana. En esta ocasión, todo funcionó conforme a lo imprevisto y a su hora programada, pese al drama que se vivía en el país, en el aeropuerto de Santiago y en esa aerolínea, despegábamos con sólo dos asientos libres. El vuelo fue también magnífico, especialmente porque dormí como una marmota, no sin antes escuchar dramáticos comentarios sobre lo que había ocurrido por parte de las tripulantes de cabina hacia los preocupados pasajeros.

Nunca antes me congratulé tanto de llevar sólo equipaje de mano. Aterrizamos con puntualidad suiza en “Arturo Merino Benítez”, cuya terminal se vislumbraba lúgubremente apagada. Tras estacionar, el comandante nos pidió paciencia, ya que había que desembarcar primero el equipaje, por lo que estaríamos a bordo todavía unos quince minutos. Bajamos finalmente por una escalera situada en la puerta delantera y nos dirigimos caminando hacia a la carpa de emergencia habilitada para inmigración y aduana en la plataforma de aeronaves.

Ya en tierra, un funcionario ordenó que aguardásemos a que desembarcase todo el pasaje y que recogiera el equipaje que bajaban de los contenedores en que voló. Me avivé y pregunté si, teniendo únicamente enseres de mano, también tenía que esperar. Afortunada y raudamente me dijo que no, dejándome pasar, descubriendo que era el único con bultos de mano, por lo que entré en la carpa solo, ante la sorpresa de los agentes, que me interrogaron curiosos de dónde venía y por qué no había más viajeros. Hice los trámites en un “pis pas” y, como me estaban esperando en el exterior, cuarenta minutos después de aterrizar entraba en el hotel, no sin antes sentir algunos pequeños desastres del terremoto. Magnífica organización por parte de la Dirección General de Aeronáutica Civil de Chile.
Volé a Concepción y alrededores como espectador privilegiado de la fuerza de la tierra y, especialmente, del mar y del excepcional trabajo de ayuda humanitaria de las Fuerzas Armadas chilenas y de los puentes aéreos de la Fuerza Aérea. Tras cambiar mis planes varias veces, opté por regresar directamente desde Santiago a Madrid. Iberia se portó brillantemente, hasta el punto que, tras evacuar las oportunas consultas, aseguraron que, siendo Plus Platino, cliente Business Plus y sin equipaje facturado, que con presentarme sesenta minutos antes de la salida era suficiente. Esa situación parecía virtualmente imposible, especialmente porque inhibieron en ese destino el “autochecking” por Internet, pero no mintieron.

Javier Taibo.


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