Lo curioso es que, como sigue estando esa página libre y el ESTA es vigente, anulé la cita para obtener un nuevo pasaporte a las 2 h. de aterrizar en Madrid de vuelta, para solicitar con éste un nuevo ESTA, pues tenía que volver a Florida dentro de muy poco tiempo. Rizando el rizo se llama. Llegué a Buenos Aires/Ezeiza por primera vez en mi vida sin que hubiera un solo pasajero en los mostradores de control de pasaportes. Al día siguiente volé con Aerolíneas Argentinas a Asunción desde el Aeroparque “Jorge Newbery”, cómodamente ubicado dentro de la ciudad e incómodamente preparada su parte internacional para los pasajeros de salidas.
El traslado fue en un 737-800 con un deplorable mantenimiento de interior. La tripulación decidió tener durante todo el vuelo la señal de cinturones de seguridad abrochados, no ofreciendo nada de servicio a bordo, pese a que el avión durante las dos horas y media apenas se movió levemente por turbulencias. Lo bueno de la cercanía del aeropuerto “Silvio Petirrossi” de la capital paraguaya es que se tarda 15 minutos en ir a la zona de hoteles de la ciudad.
Mi traslado a Lima fue peculiar. No había plazas en las dos filas de la clase ejecutiva de los reactores de fuselaje estrecho (Premium Economy), que son todos de la familia A320, ni en salida de emergencia en pasillo, con lo cual inicialmente me quedé en la fila 9, para optimizarlo a la 4. Con mi categoría de viajero frecuente de Latam, postulé para “upgrade” gratuito, pero tenía a otros dos pasajeros delante, y ofrecí también en la subasta de pago el valor más alto, pero nada de eso funcionó. Cuando fui a facturar la maleta, la amable agente me ofreció cambiarme a butaca de pasillo de la fila 3 (normalmente esta compañía tiene 3 filas de clase ejecutiva), dejando el asiento central libre.
Es decir, era como ir en esa categoría, con servicio de económica (de hecho la cortina estaba tras de mí, aunque no la cerraron nunca). Teniendo en cuenta que había desayunado opíparamente en el hotel, me salió redondo. De Lima a Miami opté por hacerlo vía Panamá con COPA, cuya clase ejecutiva era mucho más barata y me permitía probar el butacón convertible en cama de sus 737-9. El primer segmento fue en un 737-8 con butacón normal de “Business”. No permite a acceder en Perú a sala VIP, pero tengo otros recursos para entrar y el primer vuelo fue sin grandes aspavientos.
El tránsito en Panamá es peculiar, pues el control de seguridad chequea al primer (me tocó) y al último pasajero. Hacen descalzarse, sin que haya protectores para no andar sin zapatos; quitar todo lo que hay en los bolsillos e inspeccionan por explosivos el equipaje de mano. Fui a 2 salas VIP, la primera en la terminal donde llegó mi avión y la segunda en la de salida, las dos muy mediocres, con un “catering” pobre y escaso. En el embarque había un segundo control de seguridad, aunque mucho más sencillo, propio de los desplazamientos a Estados Unidos
Las butacas, que se convierten en una cama totalmente horizontal, con 4 por fila, teniendo, para facilitar el embarque de los pasajeros de atrás, el pasillo una cierta sinuosidad para esquivarlas. Son muy modernas, con una pantalla muy buena y una ergonomía magnífica en todo su diseño. El almuerzo fue agradable, sin estridencias, pero la experiencia total es magnífica. Un tripulante de cabina de pasajeros me dijo que sólo están instalados en los 737-9, que vuelan a Orlando, Miami, Buenos Aires, Asunción, Santiago de Chile y Montevideo, es decir, sus destinos más largos o emblemáticos.
En inmigración, la agente estadounidense se tiró por los suelos de la risa de mi rapidísimo periplo previo, propio de un narcotraficante, pero ni siquiera me preguntó a qué me dedicaba. La espera para recoger las maletas fue de más de una hora, porque al parecer la policía decidió escanear todas las maletas. Luego un vehículo con conductor, cuyo tamaño dejaba a cualquier coche en España como un utilitario, conducido por un cubano de 72 años que llevaba en Estados Unidos desde que era bebé, me llevó a donde me alojaría unos cuantos días.
Javier Taibo




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