Caos, desinformación y colas: luces y sombras de la experiencia aeroportuaria entre Madrid, Montevideo y Palma

Ilustración generada con IA.
Ilustración generada con IA.
En Montevideo, regresando a Madrid, empleé la cita previa del control de seguridad, que permite saltarse las colas de pasajeros y tiene un corredor que lleva directamente al escáner de equipajes de mano, en donde los otros usuarios se ven compelidos a ceder el paso. Pregunté a la bella damisela que está de apoyo porqué siempre está vacío (es cierto que da un cupo muy reducido cada 5 minutos) y me dijo que seguramente el uruguayo no lee la publicidad que hay en el aeropuerto y piensa que es de pago. Yo pagaría por ello.

La terminal de Carrasco está cada vez más tiempo saturada y es la segunda vez consecutiva que me encuentro que los mostradores manuales de control de pasaportes están vacíos y los automatizados con una respetable cola. Por supuesto me encaminé a los primeros, pensando que a la gente le gusta ir como borregos. La estupenda sala VIP no lo fue en esta ocasión, porque, por primera vez, la encontré llena. 

Como contrapartida, en España los quioscos automatizados cada vez dan más fallos y aumenta su deterioro, hasta el punto que su estética supongo que parece (la última vez que los empleé fue hace como diez años) el de los controles de billetes de una estación de metro. Tuve que cambiar dos veces de posición porque el sistema decía que mi pasaporte no era de un país autorizado para entrar en España. Por mucho que parezca que soy de Mongolia, mi documento es español.

Las obras de remodelación y ampliación del aeropuerto de Palma me vuelven un poco loco. Pese a que voy con cierta frecuencia, cada vez me encuentro con algo nuevo, que provoca despiste. El haber trasladado los controles de seguridad a la planta de facturación es más cómodo, pero ahora obligan al flujo de pasajeros a subir a la superior para pasar a través de la renovada tienda no libre de impuestos y volver a descender por un pasillo provisional a la zona de facturación. Ahora ya no es cómodo para salir, aunque algo más en las llegadas.

En tres de mis desplazamientos entre Madrid y Palma parecía Frankenstein, Por un importante accidente en un monte mallorquín, tuve la feliz idea de caerme aparatosamente y como resultado me cosieron la piel del cráneo con 17 grapas. Seguramente lucía algo más repulsivo de lo habitual, pero pude comprobar que no suenan por ello las campanas de metales de los controles de seguridad. 

En otro vuelo, ya sin grapas y sufriendo casi una hora de retraso, me tocó uno de esos cretinos que se creen que el asiento central de la cabina de clase ejecutiva es de su propiedad y deposita en el sus en sus enseres, sin pedir permiso y ni siquiera preguntar, dejando espacio apenas para que deposite el teléfono móvil. Cuando estoy frío, en lugar de caliente, las consecuencias son más perversas para el susodicho. Extiendo mis largas piernas en el espacio del asiento central y despliego papeles o periódicos, de forma que cuando quiere abrir la mesita delantera de ese lugar, que no se ocupa, no puede y hay órganos genitales para pedirme si puedo apartar mis cosas para hacerlo. Sin cruzar una palabra hago que se percate que mejor que no lo haga. Cuando fue al aseo estuve a puntito de abrir la cremallera de su equipaje de mano y vaciar lo que quedaba de vaso de agua, pero me pareció demasiado, por lo menos en esta ocasión.

En Madrid/Barajas no pasaría nada si Aena cierra sus vistosos mostradores de información verdiblancos, no por su estética ni magnífica situación, sino porque están atendidos por personal -curiosamente el 100 por ciento de las veces que he contactado de origen inmigrante- mal formado y con escaso interés en resolver los requerimientos de los usuarios de la terminal. La media docena de veces que me he acercado para recabar alguna respuesta, luego he comprobado que era falsa. 

Lo curioso es que ni siquiera se molestan en mirar las pantallas de ordenador que tienen a su disposición y en las que quiero creer que sí tienen los datos auténticos y contestan lo primero que se les pasa por la mente. En la última ocasión quise saber la hora de cierre de la sala VIP de la terminal T3, para ver si me dirigía a ella o a la T2 (a donde conducen caminos muy diferentes). La respuesta que me dio era tremendamente inexacta, pues me dijo que cerraba una hora y media después de la realidad. No sé si esto es una concesión o son empleados directos de Aena, pero yo desde luego revisaría este servicio.

Llegué a Madrid y nos estacionaron en una posición remota y, una vez más, hubo que esperar un buen rato a los medios de “handling” de Groundforce, hermana de Air Europa. Yo, si fuera uno de sus directivos, también haría una revisión de cómo actúa y más todavía por parte de la aerolínea. 

Aerolíneas Argentinas cambia el asiento de los clientes cada dos por tres (seis) con respecto al seleccionado, sin preaviso, ni explicación, ni lógica, en esta ocasión por que el que elegí supuestamente estaba estropeado, lo cual no era así. Eso, añadido a que sus tripulantes no se pueden decir que tengan una buena predisposición para el servicio a bordo, hace que dudo que ganen algún premio en relación a su voluntad de servicio.

Copyright © Grupo Edefa S.A. Prohibida la reproducción total o parcial de este artículo sin permiso y autorización previa por parte de la empresa editora.

Deje un comentario

Su e-mail no será publicado.

*

*

*