¿Se bajarán los pilotos de su pedestal de aire?

A las 10:40 de la mañana del 24 de marzo un A320-211 –entregado en 1991, con serial 147, 58.300 horas de vuelo y 56.700 ciclos y en perfecto estado– de una filial de Lufthansa, Germanwings, matriculado como D-AIPX y propulsado por CFM56-5A1 se estrelló en los Alpes, a 17 km. de la localidad francesa de Barcelonette, en el vuelo regular 4U9525 entre Barcelona y Dusseldorf, muriendo sus 150 ocupantes –muchos de ellos españoles– incluyendo sus seis tripulantes. Había alcanzado su altitud de crucero de 38.000 pies a las 10:27 y 4 minutos más tarde, aprovechando que el comandante había salido de la cabina de pilotaje para ir al aseo, el segundo piloto forzó el descenso, hasta los 6.800 pies (a un régimen de 3.710 por minuto), estrellándose al poco contra una montaña a 4.920 pies.

La tercera mayor catástrofe del A320 y también la tercera de un avión comercial en Francia fue la primera en Europa provocada intencionadamente por un piloto, después que el comandante tratara inútilmente retornar a su puesto con la puerta blindada bloqueada, no respondiendo el actor ni a sus gritos ni a las llamadas del control de tráfico aéreo. No es la primera vez que un piloto se suicida provocando la muerte de sus pasajeros, pues ha ocurrido en lugares tan cercanos como Marruecos. Pero nuestra fibra sensible se excita cuando esto ocurre en el primer mundo. De repente la población del Viejo Continente se despertó con que un miembro de un colectivo que defiende fanáticamente sus condiciones laborales y pretende ser intocable porque está en sus manos la seguridad de los pasajeros, puede ser también el causante intencionado de un horrible asesinato.

¿Y ahora qué? ¿Por qué otro piloto que lleva a bordo como pasajero al novio de su ex mujer, o que tiene problemas económicos, o que no soporta el fallecimiento de un familiar, o padece una enfermedad incurable no puede hacer lo mismo? ¿Cómo se garantiza la seguridad cuando el causante puede ser el propio que debe de velar por la vida de las personas que transporta? ¿Por qué en España no consta que se suspenda la licencia de ningún piloto por temas psíquicos, cuando en el mundo laboral está a la orden del día? ¿Cuándo el corporativismo va a ocultar que en el cúmulo de circunstancias de un accidente aéreo siempre hay un factor humano, en el que la mayoría de las veces confluye un error de pilotaje?

¿Seguiremos viendo en España pilotos que salen de su habitáculo para saludar a una autoridad o a un conocido, o que después de ir al aseo se quedan un buen rato hablando con la azafata en el “galley”? Continuarán descansando en asientos de clase ejecutiva en lugar del habitáculo que existe al lado de su cabina? ¿Volverán a permitir que vayan en “cockpit” colegas y allegados que no forman parte de la tripulación? ¿Dejarán de echar la culpa de todo a las empresas y a sus directivos? ¿Cesarán en la selección de pilotos los amiguismos y corporativismos y participarán otro tipo de profesionales de forma clave en el proceso? ¿Se tomará en serio en las inspecciones médicas su situación mental? ¿Habrá una profunda autocrítica? El transporte aéreo ha cambiado nuevamente. De los fallos se aprende. Esperemos que de este brutal y aberrante acto también. Y las escuelas de formación deberían de ser un pilar para que esto no vuelva a ocurrir.


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