Año récord en el tráfico aéreo en España, pero con temores a futuro

Si no se tuercen las cosas, y a estas alturas ya es difícil, este año va a ser récord para el turismo en España, previéndose que se superen los 83,5 millones de visitantes extranjeros de 2019, el hasta ahora máximo histórico y el último ejercicio antes de la pandemia; y los 275 millones de pasajeros transportados por las aerolíneas, pese al frenazo de los mercados británico (un 7 por ciento menos de enero a julio) y germano (9 por ciento), que suponen más de un tercio de las llegadas de turistas, compensado por el alza notable de los provenientes de Italia, Holanda, Bélgica y Portugal.

El descenso de los procedentes del Reino Unido y Alemania se atribuye en buena parte a que han preferido destinos menos calurosos, como los situados en países del Norte de Europa, que han crecido en contrapartida notablemente, además de las incipientes consecuencias en los clientes de las rentas más bajas de la considerable subida de los precios, especialmente de la hotelería y del transporte aéreo, que puede llevar a una guerra de precios por ofertas a la baja en Marruecos, Turquía y Túnez, que parece que van a Canarias en su temporada alta.

Esto ya ha llevado a numerosas ofertas de último minuto, a una menor antelación en las compras, la merma en la duración de los viajes e intentos de ahorro en el transcurso de las estancias. Conducirá indefectiblemente a un enfriamiento de la demanda en la temporada baja, acompañado por la peligrosa sombra de una inflación todavía elevada. Pero con todo ello, todo hace indicar que será un año récord, que desgraciadamente hace olvidar los nefastos efectos de la pandemia del COVID-19. Y decimos desgraciadamente porque un evento similar nadie lo puede descartar y la memoria humana es frágil y poco hemos aprendido, estando nuevamente desprevenidos.

Y sería un suicidio no programar las consecuencias y trazar estrategias sobre el cambio climático, en este sector que es tan sensible a sus acontecimientos derivados. Hemos mencionado que hay flujos turísticos que se están desviando hacia países menos cálidos y que rehúyen las tan manidas olas de calor, pero los incendios de Tenerife, independientemente que sean intencionados -y consideramos que hay que endurecer exponencialmente las penas para los criminales que los provocan- y sus espectaculares dimensiones, avivados por una sequía y unos niveles de humedad muy bajos; y los sorprendentes temporales, nunca antes vistos en Balares a finales de agosto, se deben evaluar y pensar qué queremos y podemos hacer en este mundo cambiante.

Todo ello está enmarañado por las discusiones sempiternas sobre la masificación y la calidad del turismo, en los que cada vez menos ven los beneficios de una mayor cantidad de visitantes y quizás la mejor solución es que unos precios relativamente elevados sirvan para una mayor rentabilidad y regulen una menor afluencia, lo cual beneficiará también al medio ambiente, con periodos de sequía. El agua es un bien tan escaso, que primero debe satisfacer a los residentes, antes que a turistas de sol y playa. Debe existir una política de Estado, autonómica y municipal, en un país en el que ponerse de acuerdo parece que sólo es para calentar sillones y contentar posaderas.


Copyright © Grupo Edefa S.A. Prohibida la reproducción total o parcial de este artículo sin permiso y autorización previa por parte de la empresa editora.