A veces me sorprendo de cómo viajo. Si lo observara en otro individuo…

A veces me sorprendo de cómo viajo. Si lo observara en otro individuo pensaría que es subnormal profundo. Yendo a América, me asusté al ver que en el control de pasaportes de Barajas no estaba operativo ninguno de los quioscos automatizados y debíamos pasar todos por el manual. Afortunadamente no fue dramático.

En nueve días hice Madrid-Lima-Santiago de Chile-Viña del Mar-Santiago-Buenos Aires-Montevideo-Santiago-Santa Cruz de la Sierra-Santiago-Lima-Madrid.

De Chile a Uruguay

Para trasladarme de la capital chilena a la uruguaya a un evento importante, que no tenía inicialmente programado y suponía arrancar de la agenda unas 20 horas, pero manteniendo todos los compromisos, decidí ir a las 01:00 a Buenos Aires/Ezeiza con Sky, dirigirme a la terminal de Buquebus del puerto, mantener una larga reunión a las 06:00 y desplazarme en la primera clase (para tratar de descansar cómodamente) en “ferry” a Montevideo, estando en Chile de regreso a las 20:30.

Conseguí que todo funcionara razonablemente bien y con una calidad muy aceptable, teniendo en cuenta que desde la pandemia vuelo en las clases superiores en las líneas de corto y medio alcance, política que establecí para abandonar el avión el primero y llegar a los controles sanitarios lo antes posible. 

Lo único que hice en clase única fue en un moderno A320neo de la chilena Sky a Buenos Aires, con la que tuve dificultades con el pago y la emisión de la tarjeta de embarque por Internet, por la sencilla razón de que parece, increíblemente, que no están preparados para transportar extranjeros. Pero se arregló e incluso me devolvieron 10 dólares que, según ellos, me habían cobrado de más y no pedí.

VIP de LATAM en Santiago de Chile

La VIP que tiene LATAM en Santiago es soberbia, con numerosos ambientes, un “catering” muy bueno y variado y una atractiva decoración. Lo correcto es hablar de las que tiene, porque al viajar a Bolivia a muy temprana hora me dieron acceso a otra, más pequeña, que es sólo para sus pasajeros de la máxima categoría de su programa de viajeros frecuentes, al que me he adscrito en este periplo, teniendo en cuenta que se ha salido de la alianza Oneworld y posiblemente dentro de poco estará en Skyteam, tras la compra de una participación relevante en su accionariado por la estadounidense Delta. Este viaje ha supuesto que esté al 75 por ciento de alcanzar su nivel “Gold”.

La llegada a Santa Cruz, ya bastante calmada de las revueltas por la detención irregular de su gobernador, opositor de la actual administración estatal boliviana, fue ágil, excepto por el denunciable conductor de Uber que me asignó el sistema, que no quería que pagara a través de mi cuenta, sino que lo hiciera al contado, porque esa multinacional le cobra una elevada comisión según él, que en realidad es la remuneración por capturarme como cliente, algo que sin esa aplicación nunca hubiera ocurrido. Por supuesto, lo rechacé y me fui en uno de los pocos vehículos del servicio de taxi que acepta el pago con tarjeta de crédito.

Salir de Bolivia es más complicado

Salir de ese país es más complicado. Aunque sólo tenía equipaje de mano, tuve que retroceder al mostrador de facturación de LATAM, en donde una amable agente verificó que estaba incluido en mi billete un impuesto, rellenando un impreso, además de darme otro para salir del país (los de entrada prácticamente están desapareciendo del mundo, pero el tener que escribir uno para abandonarlo es insólito). Después se pasa a otro donde se controla que el pasajero lleva los documentos exigidos. Posteriormente está el de seguridad, en donde conminan a ponerse la mascarilla (una vez traspasado este, nadie la lleva, ni la piden en los sucesivos controles).

Luego toca otro escáner de detección de drogas del equipaje de mano. Posteriormente hay que dirigirse al control de salida de divisas, en el que se entrega el impreso que rellené en el mostrador de la aerolínea, para finalizar en el de pasaportes propiamente dicho. En varios de estos pasos preguntaron el motivo del viaje -mi respuesta sé que era chocante, pero no quisieron indagar más en ningún caso- y si había visitado otros lugares del país. Lo más desagradable es que no me dejaron entrar en la pequeña y deficiente sala VIP porque estaba repleta, pero descubrí una segunda, que es un anexo de una cafetería de pasajeros, en donde bien me trataron de bebida y comida.

Tanto en Perú como en Bolivia me beneficié de ser un anciano de más de 60 años, que, agregado a mi cualidad de viajar con embarque prioritario por comprar clases ejecutivas, hacía que para entrar antes en los aviones pudiera pisotear a mujeres con niños y mutilados de guerra, vestido con un impecable traje y corbata. Es el discreto encanto del subdesarrollo.

Justo antes de viajar de Santiago a Lima, almorzando en el piso 21 de mi hotel, dejé constancia de mi gélida frialdad cuando durante un fuerte, pero breve, temblor de tierra de grado 7 ni me levanté de la silla, ni pestañeé, según aseguran los empleados.

Nueva cabina de Iberia con puerta corredera

De la capital peruana a Madrid estrené la nueva cabina de Iberia, una de cuyas características es que tiene una puerta corredera para aislarse más del resto de los humanos. Inicialmente no me contrastó positivamente con respecto a las que existían, pero fui asimilando su ergonomía hasta aceptarla con placer. Se gana mucho en espacio para depositar objetos, pero se pierde en lugares donde dejar elementos más grandes. Al final, la única crítica negativa importante es que han desaparecido los “racks” (maleteros) superiores centrales, con lo cual los pasajeros tienen que concentrar todo su equipaje de mano en los laterales, que se llenan fácilmente, cuando antes había uno por cada pasajero. Todo es en aras de dar una imagen de más espacio, cuando en realidad es el mismo. En esto me quedo con la cabina antigua.

Javier TAIBO


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