Sigue siendo una delicia viajar a Londres en la clase “Business” de Iberia

Sigue siendo una delicia viajar a Londres en la clase “Business” de alguno de los vuelos de Iberia operados por aviones de fuselaje ancho, en mi caso un Airbus A330-300, disfrutando primero del “catering” de la sala VIP de la aerolínea española en la terminal T4S y luego a bordo, del mismo proveedor y francamente magníficos.

La nota disonante es que los vuelos entre Barajas y la capital británica de British Airways e Iberia siguen empleando allí la deleznable Terminal 3, en lugar de la mucho más moderna 5, que es la que utiliza mayoritariamente British, y que tira al suelo gratuitamente la imagen de ambas.

Por lo menos los ciudadanos de la Unión Europea seguimos teniendo allí el privilegio, pese al Brexit, de usar las máquinas de control de pasaportes automatizadas, mucho más rápidas que las que hay en España, pero me temo que nos lo arrebatarán, porque hoy no existe reciprocidad en ese servicio. 

Saliendo de la zona de recogida de equipaje dan ganas de ponerse una mascarilla por el apelotonamiento de pasajeros y acompañantes procedentes de regiones poco o nada occidentalizadas. Era tanto, que optamos por subir dos plantas en el estacionamiento de vehículos a pie, para no agobiarnos con una masa de gente en el ascensor que no generaba mucho sosiego.

Para regresar a Madrid, el atasco era de vehículos para acceder a la misma odiosa terminal, que incluso para el simple trámite de dejar allí a un pasajero y su equipaje, sin siquiera parar el motor, hay que pagar 5 libras, en un país sometido por huelgas y protestas y con una inflación más disparada todavía que la nuestra. 

El ‘fast track’ de control de seguridad afortunadamente estaba bastante tranquilo y me dirigí a la sala VIP de ‘First’ de British, que me corresponde por la categoría de cliente a la que tengo derecho y que representa un relativo remanso de paz en esa no deseada terminal y en donde engullí un buen desayuno británico

Volé a San Sebastián por primera vez desde hace más de tres decenios y la terminal no se parece en nada a la que vagamente recuerdo. Supone una buena obra de ingeniería para encajar las instalaciones en el pequeño espacio disponible, hasta el punto que la persona que me fue a buscar estuvo dando golpes en el ventanal de la cafetería para que la viera mientras caminaba desde el avión a 1 m. de distancia antes de entrar en el edificio. 

Hay tan poco sitio que para embarcar, una vez traspasado el control, de seguridad, no hay ningún punto de restauración, salvo un par de máquinas automáticas para expedir productos y el aseo de hombres (y me figuro que el de mujeres) es para una sola persona. La nota de color en el vuelo de vuelta la dio una tripulante de cabina de pasajeros de lo mismo (de color, más oscuro que el azabache, pero con acento de Cuenca).

Tampoco entendí muy bien porqué a la ida había a bordo uno y en el regreso cinco de los mal llamados ‘extra crew’, polizones que lleva el comandante gratis sin billete y que reciben ese sajón nombre con la excusa de que pueden llegar a desempeñar alguna función de seguridad en el vuelo en caso de necesidad y que, desgraciadamente, algunos de sus presuntos colegas de la tripulación les prestan más atención que a los pasajeros de pago, en un gesto despreciable de servicio hacia las personas que realmente les dan de comer.

Fui a París por primera vez desde justo cuando empezaba a expandirse por el mundo la pandemia. Recuerdo aquel invernal vuelo de Air Europa en el que iba acompañado por una persona que estaba muy preocupada por ese asunto de salud, mientras yo no le daba ninguna importancia, demostrándose un par de semanas más tarde que ella tenía razón y que mi poco humilde persona era -y es- una irresponsable. 

Y también rememoré mi primer viaje al parisino aeropuerto de Orly -en el que operan Air Europa e Iberia- hace unos 45 años, cuando, prueba irrefutable de que soy y estoy viejo y caduco, volé en un McDonnell Douglas (bastante después absorbida por Boeing) DC-8-63, tetrarreactor, cuando ese modelo estaba ya de salida de la flota de Iberia, sustituido en los vuelos a América por los entonces mucho más modernos 747 y DC-10 y hace mucho también retirados del servicio.

A la llegada no percibí lo cambiada que está la terminal 1 (la antigua Ouest) a donde llegan desde hace mucho las compañías españolas (antiguamente era la Sud), algo que sí noté cuando regresaba por la tarde. Si bien la zona de facturación y la de control de seguridad está más o menos igual, así como la sala VIP situada en la planta baja (añoro cuando Iberia tenía una propia, pese a estar antes de pasar ese control), se ha expandido bastante con un nuevo y moderno espigón que avanzó por donde había plataforma de estacionamiento de aeronaves y que también supone un magnífico trabajo de ingeniería para encajar el incremento previsible del tráfico.

En el retorno con Air Europa se puso de manifiesto que mi personaje favorito de las Navidades es Herodes. Iban en “Business” tres o cuatro niños gritando y llorando durante un vuelo en el que necesitaba dormir, pues la noche anterior sólo lo pude hacer unas cuatro horas. Comprendo que haya aerolíneas en Asia que no permiten que los infantes más pequeños viajen en sus clases nobles, para no perturbar a los pasajeros que pagan mucho dinero por ir confortablemente. Y lo que es indignante es que los padres no intenten evitar esos berridos y no los repriman, ni pidan disculpas, al parecer considerando que toda la gente tiene que compartir ese infierno como si fueran hijos suyos. Pues no…


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