De Santiago de Chile viajé al “Jorge Newbery” de Buenos Aires

De Santiago de Chile viajé al Aeroparque “Jorge Newbery” metropolitano de Buenos Aires para un almuerzo en un restaurante situado enfrente y, por horario, la mejor opción fue Aerolíneas Argentinas, mi primer vuelo en esta aerolínea con el presidente de esa República, Javier Milei, recién asumido, aunque nada había cambiado todavía. Me tocó un 737-8. La clase ejecutiva era con incómodos asientos de turista en la fila 1 (aunque los otros dos colindantes vacíos), que se nota que es más estrecho que en un A320neo, aderezado por el habitual par de “sandwich” con un alfajor de dulce de leche, que es el mismo servicio siempre desde hace años. Por lo menos en esta ocasión la tripulación era vaga, pero agradable.

El retorno a España en Iberia fue desde Buenos Aires/Ezeiza. Tuve que esperar un par de horas a que abrieran los mostradores de facturación (mi idea era llegar temprano y aposentarme para trabajar en la sala VIP, con lo cual tuve que hacer lo propio en un punto de restauración). Cuando al final accedí, la sala VIP que emplea la aerolínea española, que es de American Airlines estaba repleta, con lo cual opté por la de American Express, que permite cenar a la carta gratuitamente, sin salir del asiento y con un excelente servicio. El avión tuvo retraso, pero no lo supe y me presenté en la puerta de embarque de la nada confortable y masificada vieja terminal 45 min. antes de lo que debía.

Ya estaba molesto porque en facturación, después de poner mi maleta en la cinta, el nada agradable agente me dijo que la tenía que poner al revés por no sé qué estupidez de las ruedas. Ante mi pregunta de porque no me lo había dicho antes, en lugar de hacerme cargar con ella otra vez, no tuve respuesta. A bordo, por primera vez, en las once horas de vuelo sólo ingerí un vaso de agua y dos cafés y mostré mi preferencia porque la tripulación no me diera la lata. Lo lamentable es que había cambiado mi vuelo de Santiago a Madrid por este, ante el altamente probable cambio de avión por un A330-200 configurado para Level, sin clase “Business”. De hecho, en Madrid me puse a buscar en la pantalla que cinta de entrega de equipajes tenía el vuelo de Chile, hasta que otro pasajero me hizo ver que venía de Buenos Aires. Un vuelo para olvidar.

Me estoy malacostumbrado en los vuelos nocturnos intercontinentales con Iberia. No resisto la tentación de cenar en el restaurante que existe para los pasajeros de determinadas tarifas de clase “Business” y los mejores clientes de la aerolínea que está dentro de la sala VIP, atendido y cocinado por su magnífico “catering” DO&CO, que es el mismo que sirve las comidas a bordo en la capital de España. Es tan bueno que es irresistible por la originalidad y calidad y sus afamados postres son un pecado. Y ya en vuelo soy incapaz de rechazar algunos de sus dos entradas y tres platos de fondo, culminados por tres postres. 

Esto es saliendo de Madrid, porque el que se carga en los destinos, sin ser malo, no llega a ese nivel. Fui directo a Montevideo en un Airbus A330-200, pasé inmediatamente el control de pasaportes automatizado y, como no llevaba equipaje en bodega, la aduana también fue muy rápida, dirigiéndome en vehículo al recomendable Parque Nacional de Santa Teresa, una maravilla de protección del medio ambiente, pese a que los numerosos practicantes uruguayos del, para mí, detestable “camping” campan sus respetos. 

El recorrido es de tres horas y media y está cercano a la localidad fronteriza con Brasil de Chuy, a donde fui a almorzar y de compras, pasando por primera vez en mi vida cuatro veces aduanas en el mismo día. Impresionantes son las dos fortalezas de la época colonial portuguesa y del Virreinato español, que se pasaban de unos a otros tras las sucesivas batallas. Directamente regresé al aeropuerto de Carrasco para viajar a Santiago de Chile, tras pasar por su esplendorosa, como siempre, sala VIP. 

Había quedado para cenar a las diez de la noche en ese destino y la puntualidad del A320 de Latam, la ausencia de pasajeros en los controles de inmigración y de aduana y el escaso tráfico me permitieron llegar media hora antes de lo previsto. Eso sí, los tripulantes de cabina de pasajeros de la mediocre tripulación debían asegurar la cabina para el aterrizaje de noche con las persianas de las ventanillas abiertas, algo que no hicieron. El Santiago-Lima fue mucho más confortable en la clase “Business” de un Boeing 787-8 de Latam y nuevamente pasé todos los controles con una celeridad prodigiosa. 

Para regresar a casa me tocó uno de los 2 A350-900 de Iberia que operó antes una aerolínea china y tienen distinta configuración que los que ha recibido de fábrica. No es mala, pero el gran defecto es que carecen de Internet, algo que ya es un bien usual para los pasajeros, por lo cual creo que se debía de avisar antes a los clientes. Tengo la impresión que la programación de esos aparatos es siempre a Lima, porque es la tercera vez que me llevan en la misma ruta, lo cual tiene lógica para tener una programación más estandarizada por su diferente configuración. Madrid/Barajas debería volver abrir la puerta que accede de la terminal casi directamente al mostrador de recogida entrega de vehículos del “parking VIP”, porque hay un buen trecho a la intemperie desde el acceso que está habilitado.


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