Conseguí, gracias a un importante apoyo

Conseguí, gracias a un importante apoyo, que LATAM actualizara el importe del dinero que tenía pendiente de utilizar de un vuelo cancelado en abril de 2019 y ya estamos en paz. El grupo iberoamericano padece, como todos las aerolíneas, una importante crisis derivada de la pandemia y a eso se achaca que, a diferencia de sus competidores en sus bases principales, la sala VIP del aeropuerto de Santiago de Chile permanece cerrada a cal y canto. En Lima sus mejores clientes y los usuarios de las clases nobles emplean para facturar un habitáculo un poco claustrofóbico, y más en tiempos de coronavirus, y allí utiliza la sala VIP del concesionario del aeropuerto, que estrené de vuelta en plan de autoservicio reinaugurado ese mismo día, tal como era antes de marzo de 2019. Aena sigue retrasando la apertura de la sala VIP de Madrid/Barajas de la terminal T3, pese a que la ubicada en la T2 está en bastantes ocasiones saturada, teniendo en cuenta las limitaciones de aforo que impone la pandemia. El “Fast Track” del control de seguridad de la T2 tiene unos horarios un poco absurdos, ya que, al parecer, abre a las 05:00, pero cierra a las 15:00. Es decir, los pasajeros vespertinos no se merecen ese privilegio, por el que pagan, sino los muy madrugadores, Con la recuperación del tráfico, creo que sería conveniente que se normalizaran ya estas cosas, si bien es cierto, que las veces que lo empleé lo he encontrado literalmente vacío. Hise en enero un par de vuelos en alguno de los 4 Embraer E195 de Air Europa que quedan en servicio –de los 11 que llegó a tener- y me dicen que está de despedida, pues, junto a los 2 ATR 72-500 que le restan a Aeronova, la filial de Air Europa que opera como Express, se retirarán en abril, dejando a la todavía rama aérea de Globalia sólo con Boeing 737-800 (el publicitado pedido de MAX9 reposa en el olvido en medio dela crisis financiera de ese grupo) y 787. No voy a echar de menos ninguno de los dos, por la incómoda configuración de asientos que habilitó la compañía mallorquina. Tengo que reconocer que ostentar el máximo nivel del programa de viajeros frecuentes de Air Europa tiene ventajas de las que carecen otros competidores y que llevan a una fidelización. Otro aspecto en el que gana notoriamente a Iberia, por ejemplo, es en la selección de películas en los aviones grandes. Estando en Palma, tuve que retornar a Madrid de ida y vuelta en el mismo día a hacer una gestión. Todo perfecto, excepto por un pequeño detalle, que ratifica que se me va la olla. Al llegar al estacionamiento de vehículos P2 de Barajas me percaté que las llaves del coche allí aparcado, las había dejado en Palma. Con cara de más imbécil de la que ya presumo, pedí un VTC (Vehículo de Transporte con Conductor) para ir al centro. Fui a La Coruña, lugar al que no me prodigo, pese a que todos los veraneos de mi infancia, hasta que llegué a los estudios universitarios, fueron allí. Mi madre tenía pánico a los aviones por razones realmente objetivas, pues en los años cincuenta había perdido amigos en dos accidentes aéreos, uno de ellos materialmente delante de sus narices. Es por ello que, aunque recibí una educación liberal de la que presumo, no embarqué en un avión hasta los 17 años, aunque recuerdo los habituales desplazamientos de mi padre en Convair CV440 y DC-3. Mi primer vuelo fue entre Madrid y Santiago de Compostela en Boeing 727-256 de Iberia y el segundo, meses más tarde, de La Coruña a la capital de España en Fokker F27 Mk-100 de AVIACO, Desde entonces he volado todo y más. Es por eso que la ida a La Coruña, donde están enterrados mis padres, fue especialmente emotiva, rememorando la pequeña y acogedora terminal de antaño, que tantas veces me vio e incluso me dio de comer, como también me vino a la mente la entonces única terminal de Barajas, que hoy ocupa la T2. Tras sobrevolar Ferrol, sonde nació mi padre, pasamos por Montrove, donde se estrelló un “Caravelle” de AVIACO tras chocar con la copa de unos eucaliptus precipitándose contra un pazo, a donde llegué, por la cercanía de donde veraneábamos, antes que los servicios de emergencia. Aterrizamos y estacionamos en una posición con pasarela telescópica de una moderna y relativamente pequeña terminal que en nada se parece a la que yo utilizaba. En el regreso, en ese mismo día, tuve un incidente con una mujer de la contrata de seguridad por mi reloj, que exigió que me lo sacara. Le dije que estaba hecho en material plástico y que pasaba por esos filtros por todo el mundo. Con cara de perspicaz (evidentemente sólo la cara), me preguntó si lo había pasado alguna vez por el aeropuerto de La Coruña. La respuesta fue negativa, como su silencio cuando le cuestioné si es que los otros aeropuertos del mundo eran inseguros por sus procedimientos y sólo lo era el suyo. Tampoco supo que contestar cuando le planteé porqué en todos los aeropuertos de Aena no había los mismos procedimientos y si no se habían adaptado a las exigencias de esos concesionarios de orientación al buen servicio a los clientes. Quién me iba a decir en aquellos tiempos que en 2022 utilizaría para una sala VIP (en realidad, entonces no sabía qué era una sala VIP y faltaban muchos años para que se expandieran por todo el mundo). Muy bien dotada de comida y bebida, la abandoné con nostalgia, pensando si alguna vez volveré. El despegue lo hicimos hacia el monte Costa, rebajado en su altura hace muchos años, algo que por seguridad en los años setenta era poco operativo. Javier Taibo    

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