A Santiago de Chile llegué en un 787 de Latam

A Santiago de Chile llegué en un 787 de Latam y pude disfrutar de cómo se han relajado los controles sanitarios, como en casi todos los países. La nueva terminal hace todo más fácil y fluido. De allí viajaba a Montevideo, con un nuevo enfado con Latam Airlines, pues, pese a que compré una plaza en su clase “Premium Economy” –que es su ejecutiva de los aviones de un solo pasillo–, nunca pude reservar asiento, lo cual me indignaba cada día que pasaba. Estrené la sala VIP de ese grupo en la nueva terminal. Es grande y está bastante bien y surtida de “catering”, aunque pierde con respecto a la antigua, ya que no tiene vistas a la plataforma de aeronaves. La recepción es relativamente espectacular y el personal, en general, de tierra moderadamente inútil. El embarque fue pésimo y el “catering” a bordo cada vez es más cutre. Siguiendo con cutreces, Aerolíneas Argentinas continúa sin gastarse un dólar en sus pasajeros de “business” en Montevideo/Carrasco, pues no tiene un acuerdo con la sala VIP, que cuenta con tan pocos pasajeros que a la hora que fui la buena mujer que atendía en recepción luego se ocupaba de lo que queríamos de comida y bebida en la barra que está en el lugar más lejano de la sala. En el Embraer E195 -que ya me pierdo si es de Austral o está absorbida por Aerolíneas, pero son funcionarios improductivos (tengo que reconocer que el agente en el mostrador de facturación fue eficaz, eficiente y agradable), típico de compañía estatal que pierde siempre dinero, pero nunca tienen un susto los empleados- hay tres butacones por fila en la “Economy Premium”. Yo iba en el individual de la fila 2, pero observé que la pareja de butacas de la primera fila se quedó libre. A la inútil y antipática de la sobrecargo le pregunté si me podía cambiar a ese lugar y ante mi estupefacción me dijo que sólo después del despegue (estábamos todavía sin movernos en el aparcamiento). Le contesté que eso era una estupidez. Ya en el aire vino a decirme que ya me podía cambiar. Ni le contesté, ni lo hice. Eso sí, llegamos al Aeroparque “Jorge Newbery” de Buenos Aires, mucho antes de la hora y ya no había ni control sanitario. Al día siguiente temprano volaba a Salta, pero increíblemente no desde ese cómodo aeropuerto metropolitano, donde operan casi todos los vuelos domésticos, sino desde el lejano Ezeiza, donde para los vuelos nacionales no hay ni sala VIP. Por razones que no vienen al caso, desde Santiago llevaba tres bultos de equipaje en bodega y allí la indocumentada y funcionaria de facturación de Aerolíneas me dijo que sólo podía lleva uno de 15 kg., porque era un vuelo nacional. Compadezco a los pobres pasajeros sin experiencia y que se amilanan, porque para ellos es este un mundo desconocido. Le repliqué tan contundentemente que mirara bien las condiciones, pues se trataba de una conexión de un vuelo internacional y tenía derecho a dos maletas de 23 kg. y otra más otra más por ser “Elite” de la alianza Skyteam, a la que pertenece su compañía. Se vio conminada, pero de malas ganas, a preguntarle a su compañera del mostrador de al lado, que le susurró que tenía yo razón. Sin pedir disculpas, facturó los tres bultos. Yo parecía un comerciante de pueblo en pueblo. Ahora era en un 737 MAX8, con un desayuno que no tenía ni categoría para ser denominado así.  Por la tarde regresaba a la capital argentina (ahora sí a “Jorge Newbery”) en tránsito a Santa Cruz de la Sierra. Cuando llegué a Salta se me ocurrió preguntar en el mostrador de facturación de Aerolíneas Argentinas si había algún lugar donde dejar mi equipaje hasta mi retorno por la tarde. Solícitamente, lo etiquetaron hacia Bolivia y me dijeron que lo almacenaban allí vigilado hasta por la tarde y que me despreocupara. Con eso compensaron todas las deficiencias anteriores de Aerolíneas Argentinas. Efectivamente, cuando retorné ya habían enviado mi equipaje para embarcarlo. Me retuvieron en el control de seguridad, ya que detectaron que iba a Bolivia, para hacerme unas preguntas de verificación, no sé muy bien para qué, y esperé nuevamente sin sala VIP. Estaba preocupado, pues Aerolíneas había cancelado mi vuelo original y me endosó al siguiente, que aterrizaba sólo una hora antes de mi despegue a Santa Cruz y teniendo que reexpedir mi equipaje. Era crítico si se retrasaba mi salida de Salta, pero no fue así. Nuevamente un “sandwich”, que creo que son mejores los de un colegio de barrio, pero lo que más importaba es que, como siempre, el asiento de “Economy Premium” es un butacón de clase ejecutiva, en lugar del de turista con el central libre que emplean la mayoría de las aerolíneas y todas las europeas. La conexión no fue cómoda, pues hay que salir con todos los pasajeros cuyo destino final es Buenos Aires, ascender a la planta superior y pasar nuevamente un control de seguridad y el de pasaportes, para después no disponer de sala VIP. Nuevamente se trató de un E190 y nuevamente el mismo “sandwich”, lo cual quiere decir que sus clientes no son muy frecuentes o somos masoquistas. La llegada a Santa Cruz otra vez fue sencilla de controles. Más tortuoso fue al día siguiente para retornar a Madrid en Air Europa. Javier TAIBO

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