Si un ser humano se puede sentir realizado por haber plantado un árbol ...

Si un ser humano se puede sentir realizado por haber plantado un árbol, tenido un hijo y escribir un libro, yo debo estar a mitad de camino, pues llevo ocho pinos que han prendido, ningún vástago y he escrito páginas para todas las ediciones de esta revista, cuya recopilación bien constituye un libro. En estos 33 años y cuatro meses he vivido la evolución como cliente de las compañías aéreas y usuario de los aeropuertos. Muchas veces me preguntaron si no me habían impedido volar nunca por lo que escribía o si me odiaban las aerolíneas. La mayor parte creo que me estiman positivamente, porque no muchos pasajeros en España pueden jactarse, como yo, de tener el máximo nivel de viajero frecuente de tres de ellas, logrado por mérito, obviamente, y no por enchufe y de poder entrar en la gran mayoría de las salas VIP del mundo Es decir, no sólo soy un pasajero apetecible, sino que también me han agradecido que les hiciera ver fallos. Incluso presumo de que en tierra y en el aire hay actuaciones que he promovido yo. Siempre describí mis experiencias reales como pasajero impenitente y nunca exageré, aunque muchos creyeran lo contrario, pues en realidad me ocurren situaciones anecdóticas, estridentes y llamativas con más asiduidad que lo que correspondería a las 15.000 horas de vuelo que contabilizo, tardías pues no volé (y no me llamaba especialmente la atención) hasta los 17 años, ya que mi madre tenía pánico a los aviones, después de perder en accidentes aéreos a tres amigos muy cercanos, aunque mi padre era habitual en los DC-3 y CV440 de Iberia y AVIACO por motivos de trabajo y de vacaciones de verano. Esa es la razón por la cual mi primer vuelo fue en un Boeing 727-256 de Iberia entre Madrid y Santiago de Compostela en 1973 y el segundo en Fokker F27 Mk.100 de Aviaco, de La Coruña a Madrid, en 1974. Desde entonces lo he hecho infinidad de veces y en mis registros hay muchos desplazamientos que hoy se consideran ya históricos en Douglas DC-3, Junkers Ju-52, CV580, Nord 262, DC-8, Boeing 707, Convair CV990, BAC111, Aérospatiale “Caravelle”, DC-9, DC-10, Lockheed L-1011 y algunos otros en los que hoy ya no es posible despegar, salvo, en algún caso, ciertos ejemplares mantenidos como museos volantes. He volado en numerosas aerolíneas que desaparecieron, como PanAm, TWA, Eastern, AVIACO, Varig, Air Florida, Swissair, Alitalia, Spantax, Spanair, LTE, Centennial, BCM, Air Madrid, Nortjet, Airsur, Universair, Prima Air, LTE, TAE, Aeroperú (que rebauticé como Aeropuré), Faucett, LADECO, Lloyd Aéreo Boliviano, Air Inter, LTU, Dan Air, Oasis y aquí sí que me dejo en el tintero a demasiadas. Bastantes de ellas eran excelentes proyectos y realidades, pero por unas razones u otras dejaron de operar, en algún caso de manera lamentable o injusta. Despegué de muchos aeropuertos (y del agua) al nivel del mar; otros tan altos como los 10.000 m. en los que se levanta La Paz/El alto; terminales pequeñas supervivientes de los años cuarenta y cincuenta; lugares muy septentrionales en Finlandia y en el más austral del mundo (fuera de pistas en la Antártida) en Puerto Williams y lejanas al Oriente y Occidente, como Isla de Pascua y Koh Samui. Vi transformarse auténticos chamizos, como Santiago/Pudahuel, con sólo un par de puestos de inmigración y dos salas de embarque internacional, en monumentales infraestructuras, con tráficos multimillonarios. Conocí Madrid/Barajas cuando era sólo lo que es hoy la T2 a escala reducida y la vi crecer con la entonces terminal internacional, donde se levanta la T1 y sus extensiones, hasta que se erigieron las majestuosas T4 y T4S, que en la práctica constituyen otro aeropuerto, con un total de cuatro pistas. También soy testigo de cómo ese tipo de infraestructuras descubrieron el filón de los ingresos comerciales, dando en concesión múltiples puntos de restauración, tiendas de todo tipo, centros de negocios, salas VIP, protección de maletas, etc., cuando al principio sólo había unas tiendas libres de impuestos en las cuales, dependiendo del país, vendían productos sensiblemente más baratos que en las ciudades, pero ya rara vez es así y buscan ventas de oportunidad. He volado en las mejores clases de compañías aéreas, con cubiertos (e incluso palillos) de plata, elaboraciones de “catering” sorprendentes, duchándome a 35.000 pies de altitud; en suites privadas; con tórridas escenas en determinadas partes de los aviones; traslados en vehículos de alta gama entre las aeronaves y las terminales… pero también en transportistas que juré no volverlo a hacer, incluso muy actuales, como JetSmart; o en otras en las que casi siempre que me subo a bordo va a ocurrir algo negativo, como Avianca. Y pocas que han pasado de brillantes a repelentes, tal cual es el caso de LAN Chile, hoy LATAM. Hace muchísimo tiempo que subir a un avión dejó de ser algo excepcional y se convirtió en algo normal y natural en mi vida, ajustando los tiempos para permanecer en los aeropuertos lo menos posible (salvo que quiera estar un rato sosegado en alguna sala VIP), pese a lo cual tengo borrosa la idea de que sólo en perdido un par de vuelos. Mis vehículos también se adaptaron a ello y hubo largas rachas en mi vida en las cuales uno de ellos dormía siempre en Madrid/Barajas o Palma/Son San Juan. Pero no cambio mi vida de pasajero por nada y lo seguiré haciendo mientras mi cuerpo aguante. Agradezco a todos los que en estos más de 33 años me han dicho que lo primero que hacían con cada ejemplar de Airline Ninety Two era leer “Mi página”. Agradezco su compasión o masoquismo. Javier TAIBO

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