Había pasado mucho tiempo desde la última vez que un vuelo mío regresara por motivos técnicos estando yo a bordo

Había pasado mucho tiempo desde la última vez que un vuelo mío regresara por motivos técnicos estando yo a bordo; que viajé con TAP Portugal, o como se llame, que ya me pierdo con sus cambios cíclicos de nombre; que fui Lisboa; y que entré en el mismo día cuatro veces en salas VIP (de hecho creo que no lo había hecho nunca) y todo eso se produjo en la misma jornada de finales de agosto. Tenía que desplazarme de Valencia a la capital portuguesa para un almuerzo y una cena y había un enlace muy madrugador (05;55) de la aerolínea lusa, aunque en realidad operado por un flamante y moderno ATR 72-600 de su compatriota White, aunque con la imagen de TAP. El intentar extender al máximo el poco tiempo que tenía para dormir se vio acotado porque no dejan facturar “on line”, por algo que tenía claro: comprobar que llevaba mi certificado de vacunación de la UE y el código QR de haber rellenado el formulario sobre COVID-19 que exigen las autoridades lusas, algo bastante estúpido, pues no me topé con ningún control al respecto en el aeropuerto de Lisboa. Esto supuso que todos los pasajeros del pequeño avión tuvimos que pasar por el mostrador de facturación, en donde, como no había comprado el transporte de maleta en bodega, pesaron mi equipaje de mano, que excedía en 4 kg. lo permitido, pero no me fusilaron. Aunque terminé ese trámite próximo a la hora de embarque y que el control de seguridad estaba con bastantes clientes, pese al madrugón, vi que no había comenzado y entré en la sala VIP, amplia, bien puesta y dotada y con personal agradable. La agente de recepción se molestó en acercarse para decirme al poco que había comenzado el embarque, en el que se accedía caminando al biturbohélice franco-italiano, que permitía dejar el bulto de mano a pie de avión para recogerlo de la misma firma en el destino. Dos tripulantes de cabina de pasajeros profesionales y amables, el asiento de al lado libre para mi felicidad y despegamos, Más o menos a los 15 minutos de vuelo, el comandante dio una voz en inglés y en portugués informando que, por un problema técnico, debíamos regresar a Valencia. Uno de los auxiliares me precisó que se trataba de una alarma de humo en cabina. Un cuarto de hora después aterrizamos en Manises y nos hicieron desembarcar con nuestro equipaje de mano, lo cual no auguraba buenos presagios. Concentraron a todos los pasajeros para facilitar nueva información, pero ya anticipando que se podía cancelar. Regresé a la sala VIP y la recepcionista mostró sorpresa y se ocupó de estar en contacto con el agente de “handling”, Swissport, que presta un pésimo servicio, Efectivamente, en la sala me comunicaron al poco que se había cancelado y tenía que salir a la zona tierra del aeropuerto, al mostrador de Swissport, donde informarían de la solución que darían. La verdad es que era un pasaje bastante tranquilo, que apenas se alteró por las tres horas de pie y con un energúmeno maleducado de agente que trataba fatal a todo el mundo. La opción más plausible era el vuelo de la tarde, que me venía bastante mal y suponía despegar con unas 11 h. de retraso. Bastante tiempo después llamaron a 3 de los muchos pasajeros que tenían vuelos de conexión y como media hora después empezó TAP a enviar SMS?a los damnificados con la solución que proponían. A mí me llegó una hora después, proponiéndome un Valencia-Madrid de Air Europa, para enlazar con un vuelo suyo a Lisboa, el cual acepté, aunque suponía despegar a las 12:15 y llegar a mi destino final a las 15:45, nueve horas después de lo previsto, sin ofrecerme refrigerio, comida y compensación a la que están obligados. El sistema no me dejaba facturar en el móvil, por el mismo motivo, en el Madrid-Lisboa, pero lo conseguí en el mostrador de Air Europa. Pasé nuevamente el control de seguridad y me dirigí por tercera vez a la sala VIP, en la que la misma persona me recibió muy simpáticamente y le dijo una compañera que ya teníamos un noviazgo. En Madrid fui a la sala VIP de la T2, pues la de la T3, a donde llegué, permanece cerrada, aunque no lo pone en las escaleras de acceso. En el móvil la compañía portuguesa ofreció una simpática subasta, aunque no barata, para cambiar a la clase ejecutiva. Como estaba harto, opté a ello por el mínimo y en la pantalla posicionó mi puja con el nombre que quise facilitar y la posición en la que estaba, permitiendo visualizar las ofertas de otros. No fue necesario, ya que era el único y la aceptaron una hora antes de la salida, aunque eso limitaba el uso de la sala VIP (a la que yo accedí por mis propios medios). Todo lo malo que fue Swissport lo es de bueno WFS, el agente de “handling” de TAP en Madrid, con personal extremadamente amable y eficiente. A bordo fue agradable, sin estridencias, pero mi sorpresa es el desdén que presenta la compañía de cara al COVID-19, que en las aerolíneas españolas es muy riguroso, pues la sobrecargo dio las voces de las medidas de seguridad sin la mascarilla puesta y a la llegada todo el pasaje se apelotonó en el pasillo a la vieja usanza. Sin ningún control de documentación por el coronavirus, salí de la terminal y me dirigí a un taxi con un conductor con aspecto de paleto, pero en realidad un timador, en el que no vi el taxímetro, ni sabía si existía, y me cobró 26 euros. El trayecto de vuelta al aeropuerto tenía taxímetro y fueron 16 y ambos sin tráfico. Javier TAIBO

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