Por primera vez en la historia, en esta página voy a escribir sobre lo que podría pasar a corto plazo viajando

Por primera vez en la historia, en esta página voy a escribir sobre lo que podría pasar a corto plazo viajando, en lugar de relatar lo que me ha ocurrido en mis vuelos por todo lo largo y ancho de este mundo. Con total seguridad, comenzaré intentando que varias aerolíneas reconozcan el importe de billetes de avión que no he podido utilizar en plena tempestad de la pandemia. Tengo 17 segmentos sin haber podido volarlos y en unos casos será sencillo y en otros preveo que no tanto, después de haber perdido unas cuantas horas intentando hablar con sus respectivos “call center”, siempre saturados. El precio de los billetes será el doble de caro, ya que en un A320 sólo estarán permitidos en los cuatro primeros meses dos pasajeros por fila en clase ejecutiva y cuatro en turista y en las voces por megafonía a bordo se recomendará no hablar ni tocarse con otros pasajeros. También habrá que pagar una tasa de salvación de aerolíneas, de 17,5 euros, IVA exento, para ir recuperando las ayudas que habrán recibido las que han sobrevivido de la quema; y un recargo de 8 euros, IVA exento, por la esterilización de la aeronave en la escala. En caso de evacuación, los viajeros abandonarán la aeronave con el doble de lapso de tiempo entre uno y otro, pero, como la capacidad del avión estará reducida a poco más del 50 por ciento, el tiempo total que se necesitará para esa operación será prácticamente el mismo. Antes de esto, para ir a Mallorca, tendré que acudir a que me hagan un test de COVID-19 en uno de los doce centros homologados en Madrid por el CIMA (Centro de Instrucción de Medicina Aeroespacial), emitiendo un certificado con una vigencia de 72 horas tras pagar una tasa de 32 euros, IVA exento, que mediante un código QR tendré que incorporar a mi reserva en la “web” de la aerolínea en cuestión, ya que de no hacerlo no podré embarcar. Según la normativa que regirá, en el aeropuerto y en el avión deberé llevar mascarilla y gafas protectoras de cualquier apariencia decente, antes que existan unas homologadas. Esos objetos no reutilizables, una vez que se certifiquen, se venderán en puestos automatizados antes de entrar en la terminal, que, junto a un par de toallitas impregnadas de líquido hidroalcohólico, costarán 85 euros, IVA exento, que sólo se podrá pagar con tarjetas de crédito o débito sin contacto, con un PIN que se enviará a través de una aplicación del teléfono móvil y se incorporará automáticamente a la reserva de la compañía aérea, como verificación de que se ha adquirido. Ese precio estará justificado, como todo lo que homologa AESA (Agencia Estatal de Seguridad Aérea), EASA (European Aviation Safety Agency) y la FAA (Federal Aviation Administration) estadounidense, por los altos costes que implica cualquier producto en aviación, lo valga o no. Ya en la terminal será obligatorio llevar siempre las gafas y mascarillas y al control de seguridad se añadirá una verificación de temperatura corporal, que en caso de dar fiebre supondrá la denegación de acceso e ir a pasar una cuarentena de dos semanas en uno de los hoteles cercanos al aeropuerto en los que habrá plantas reservadas a tal fin, con un precio acordado con pensión completa de 92 euros por día, IVA exento. En el embarque, a los pasajeros de clase ejecutiva, de la máxima categoría del programa de viajeros frecuentes del transportista y a los que hayan pagado previamente por este servicio se les entregará una caja esterilizada conteniendo una botellita de agua, un zumo de naranja, un emparedado y una servilleta impregnada de una solución hidroalcohólica. Para el resto, en la terminal habrá máquinas de pago expendedoras de bebidas y ‘snacks’ debidamente esterilizados. El abordaje se realizará manteniendo una distancia rigurosa controlada por personal de seguridad de 1,5 m. entre cada pasajero, familiares incluidos. La tripulación (a la que se habrá sumado un asistente técnico sanitario sin certificado de AESA, que a efectos de normativa viajará como pasajero), una vez que todos los viajeros estén sentados, comprobará que tienen los cinturones abrochados y las mascarillas y las gafas y que mantienen la separación entre individuos asignada. Las indicaciones de medidas de seguridad a bordo estarán grabadas, con una variación con respecto a las existentes hasta ahora: en caso de despresurización se deberán quitar las mascarillas protectoras y ponerse las de oxígeno. Si eso ocurriera, el pasaje y la tripulación ya en tierra deberán someterse a una cuarentena de quince días en hoteles ya concertados, con una planta reservada al efecto. En vuelo, el pasaje no verá a los tripulantes, salvo que haya una necesidad sanitaria, hasta que en la aproximación al aeropuerto de destino verifiquen que todos los clientes llevan las mascarillas y gafas y los cinturones abrochados, así como que mantienen la separación entre asientos. La excepción es cuando se acuda al inodoro, sólo en casos de incontinencia, que tras cada uso será esterilizado por el asistente técnico sanitario. El desembarque se hará por filas, a 1,5 m. de distancia entre cada persona, permaneciendo sentados hasta que llegue el turno, y una vez terminado se subirá el personal de esterilización del interior del avión. Habrá que mantener las mascarillas y gafas puestas hasta le llegada a la residencia u hotel. Para el retorno habrá que tener cuidado, porque en Palma sólo habrá tres puntos autorizados por el CIMA para expedir el pertinente certificado. Todo esto me lo he inventado, pero algo habrá de realidad. Volveremos a volar. Javier TAIBO

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