Esperando el embarque en un Santander-Madrid...

Esperando el embarque en un Santander-Madrid, vi como la Guardia Civil acompañaba al A319 de Iberia a un grupito de personas antes de que el pasaje abordara el avión. Cuando subí encontré en mi asiento a un energúmeno que puso cara de “Vd. no sabe con quién voy”, pese a lo cual, sin palabras, le obligué a situarse en la butaca central y resultó ser un pelota del gabinete del poco letrado ministro de Fomento de Pedro Sánchez, José Luis Ábalos, que iba en el tercer lugar, adosado a la ventanilla. Tres escoltas le acompañaban pasillo por medio y delante. Se me pudieron mis cuatro pelos de punta pensando en manos de quién estamos. El ministro de este peculiar Gobierno bostezaba como un hipopótamo mientras hablaba, resultando un “mix” de voz de macarra y mugido esperpéntico de vaca. Otro pasajero se acercó a mi vera para entregarle un libro que parecía haber escrito, que sorprendente y maleducadamente rechazó, ante el estupor del interesado, justificándolo que ya lo tenía otra persona que mencionó, sin apenas mirarle a los ojos. Una tripulante de cabina de pasajeros le hizo una pormenorizada y profesional descripción de lo que tenía que hacer en caso de emergencia, teniendo en cuenta que, donde estaba sentado, le correspondía asumir los procedimientos de apertura de la salida correspondiente. Cuando se retiró la joven hizo un despectivo comentario del “encarguito” que le había hecho, enalteciéndose de que era un ministro y sin razonar que, como titular de Fomento, está bajo su organigrama la autoridad aeronáutica que vela por la seguridad en vuelo. No le debe importar mucho, pues durante el despe­gue, y hasta que se perdió la cobertura, estuvo manejando la conexión a Internet de sus dos lujosos teléfonos móviles de última generación, lo cual prohíbe taxativamente el opera­dor por razones de seguridad. He coincidido en mi largo y denso historial de pasajero con muchos ministros y presidentes de Gobierno, desde Suárez a Aznar, pasando por María Teresa Fernández de la Vega y otros. Todos a bordo leían papeles durante el vuelo, algo lógico teniendo la carga de responsabilidad depositada en sus espaldas. Ábalos no: buscó ansioso en los revisteros de su asiento y el de su sicario algo para ver las estampitas y, al no haber nada, optó por dormir como cerdito. Cuando se despertó, me quedé alucinado, pues se puso a criticar con su especie de mayordomo a otro miembro del Gobierno, ante el estupor de los que estábamos allí, y cuando aterrizamos los dos  reflejaron su indignación por lo que había publicado la prensa de unas declaraciones que hizo en Santander. Al parecer se equivocaron todos los medios de comunicación. El cancerbero de Pedro Sánchez y presunto socialista vestía una camisa del diseñador de moda Pedro del Hierro, luciendo su abreviatura, que le debe dar un sobresalto su interpretación mirándola en un espejo. Lo lógico en un Gobierno que, absurdamente, se ha definido como feminista -si la obligación de su cargo le obliga a llevar prendas de marca frente al sentimiento generalizado de la izquierda radical al que cada vez deriva más esta administración- debería ser que portara prendas de una diseñadora femenina. A este personaje, que nunca soñó verse este estado, le esperaba un vehículo a pie de avión, mientras yo tuve que ir en autobús a la T2, pues había dejado allí mi vehículo. Hay empleados de aerolíneas que valen oro. Llegué a la terminal de Las Palmas con dos horas y media de antelación y descubrí que había un vuelo anterior al mío de Iberia Express, que anunciaba la última llamada de embarque. Con pocas esperanzas de éxito, me acerqué a su puerta y una encantadora y eficiente agente de “handling” de Iberia me cambió sin aspavientos, encareciéndome que fuera rápido al avión, porque estaba a punto de cerrar las puertas. Posibilitó que una plaza perecedera fuera ocupada, liberó una de mi vuelo inicial que podrían vender, pero, sobre todo, generó una satisfacción inmensa en un cliente. Fui a Edimburgo, conectando de un A340-600 de Iberia a un A319 de British en Londres/Heatthrow. Realmente el sistema del transporte aéreo ha llegado a un nivel de automatización que permite ir de casa a un avión sin tener que decir nada más que buenos días al sobrecargo del vuelo, aunque esto no sea necesario. El estacionamiento de vehículos hace decenios que no requiere la intervención humana, el acceso al filtro de seguridad es a través de la lectura del código correspondiente, hay controles biométricos de pasaporte y el embarque también se hace mediante la lectura del código. En Londres ocurre tres cuartos de lo mismo y, pese a llegar al espigón C de la Terminal 5, las indicaciones y pasos a dar son tan fáciles que llegué al embarque en la A cuando estaba a mitad de proceso. La tapicería y decoración del avión de British me pareció armónica y atractiva, a diferencia de las configuraciones de alta densidad que se han expandido por el mundo. El retorno lo hice directo en un A320 de Iberia Express. En un Barcelona-Palma de Air Europa volé en un Boeing 737 de la “low cost” británica Jet2, pero con tripulación entera de la española y un comandante explicando desde el pasillo el notable retraso que íbamos a tener por tormentas en Mallorca. La configuración de cabina era espantosa e incómoda. JAVIER TAIBO

Copyright © Grupo Edefa S.A. Prohibida la reproducción total o parcial de este artículo sin permiso y autorización previa por parte de la empresa editora.