Definitivamente, desde que Air France cambió a peor las reglas del juego en su programa de viajeros frecuentes, no he vuelto a utilizar mi Flying Blue

Definitivamente, desde que Air France cambió a peor las reglas del juego en su programa de viajeros frecuentes, no he vuelto a utilizar mi Flying Blue, de la categoría Platinum, y empleo la Suma Platino de Air Europa, que sin paliativos la considero con una excelente herramienta de fidelización. Remunera mucho más con privilegios y han conseguido no pagar nada por mí al grupo franco-holandés, con lo cual sólo puedo decir que han acertado, al tiempo que percibo un cambio de orientación de la compañía española hacia el cliente importante y de negocios, conduciendo a que haya volado con ellos en dos meses cerca de veinte veces. ¿Será consciente Air France de lo que ha provocado? No creo: estará más preocupada por sus huelgas y pérdidas económicas, que como sigan así irán a más. No sé si soy el único que se indigna por el hecho que los vuelos procedentes de España en Toulouse y Marsella -y me figuro que en todos los aeropuertos secundarios franceses- tengan el mismo tratamiento que los que provienen de África, algo que no sucede con los enlaces con otros países de la Unión Europea signatarios del Tratado de Schengen. El pasajero se somete a un control de inmigración y de aduanas como si viajara desde Túnez o Senegal, dilatando bastante el proceso de entrada y salida del país. Lo que no entiendo es porqué en París no hay control de pasaportes en las líneas con Madrid, lo cual vuelve la situación más ridícula todavía. El colmo de la indignación lo sufrí regresando desde Toulouse a la capital de España, en donde para revisar la documentación había un solo gendarme y la cola era de unos doscientos pasajeros, inspeccionando la de cada uno con una lentitud que daba más la impresión que la fuerza policial estaba en huelga, con gente de todas las nacionalidades como en la canción de “en la Puerta del Sol…” de Mecano mezclados al borde un ataque de nervios. Yo salí de la sala VIP con bastante anticipación, pues parecía un campo de concentración, ya que la mitad estaba cerrada por supuestas obras de remodelación –como la gran parte de la terminal- y cuando conseguí alcanzar la puerta de embarque fue cerca del cierre del vuelo. La que si se ha ampliado considerablemente y para bien es la VIP del aeropuerto de Sevilla/San Pablo, acorde con el notable incremento del tráfico que está viviendo, que le devuelve a tiempos de antaño de la anciana terminal, que se construyó para los tiempos de la Exposición Universal de 1992 y que ahí se ha quedado, prácticamente sin cambios, cuando ya necesita más que buenos retoques. Los vuelos directos a otras ciudades españolas y del resto de Europa, especialmente de las aerolíneas de bajos costes, han compensado en sobremanera la merma del tráfico que sufrió en su día por la competencia del tren de alta velocidad. Fui a Santiago de Chile y volví en el segundo vuelo diario que ha implantado Iberia, a unos horarios nada habituales en esa ruta, pues el trayecto de ida despega próximo al mediodía, aterrizando en la capital andina en la tarde, retornando una hora antes de medianoche, para tomar tierra en Madrid a las 18:00. El aeropuerto de la capital andina está congestionado y en obras para una colosal ampliación, pero mientras tanto suele generar un sufrimiento los controles de inmigración y aduanas, especialmente cuando se juntan varios vuelos de aviones de fuselaje ancho, que impiden que el tránsito por su terminal sea fluido y cómodo. Llega a exasperar. No fue así en este caso, pues gracias a la eficiencia de Iberia, que supo que llegaba justo para una cena muy importante, y que para mí es de las mejores aerolíneas del mundo y, sin duda, la mejor entre las europeas y americanas, llegué al control de pasaportes el primero y sin tener a nadie delante. Pese a eso tuve que esperar a que el único funcionario del único mostrador de policía internacional para el control de inmigración terminara de hacer algo, me figuro que un “sudoku”. Cuando accedí a su ineficiente y antipática gestión ya había unos 150 pasajeros en la cola y me permití preguntarle cómo estaba sólo él para atendernos a todos. Ni hizo ademán de contestar y lo primero que habló fue para saber cuál era el número de mi vuelo. Le contesté que Iberia e insistió con cara de pocos amigos (que debe tener en su desgraciada vida de policía dedicado a labores burocráticas) que le dijera el número, como si hubiera uno de la compañía española cada media hora. Se lo dije y, tras tramitar mi entrada, me devolvió el pasaporte. Mientras lo recogía, no me callé y le espeté lo desagradable que me parecía que el primer contacto de un extranjero llegando a su país fuera él. No le di tiempo a contestarme. Que le aguante su pareja o parejo, como dirían los iletrados posmodernistas. A la gente mayoritariamente no le gustan los vuelos intercontinentales diurnos, pero a mí me importan tres rábanos, especialmente si facilita que vayan menos llenos, como así ocurrió. Choca, en todo caso, la cabeza cuadrada de los responsables de mayordomía a bordo, que han diseñado correctamente una cena tras partir de Santiago, pero un absurdo desayuno a las 16:30, hora y media antes de posarnos en Madrid. No voy a decir que ha sido la vez en mi vida que desayuné tan tarde, sencillamente porque quise limpiar mi cuerpo en las doce horas y media de vuelo y lo único que consumí fue agua y café, nada sólido. JAVIER TAIBO  

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