Comprendo que Alitalia siga en una situación endémica al borde del precipicio

Comprendo que Alitalia siga en una situación endémica al borde del precipicio de la quiebra desde hace decenios y no sé por qué nadie toma la decisión de empujarla al vacío definitivamente. Ni la participación de una compañía de prestigio como Etihad, que no sabe cómo salir del enredo en el que se metió cuando compró el 49 por ciento de su capital, ha servido para que deje de ser una lacra, con una pesada carga de mala historia, que se antoja como irreconducible. La verdad es que no volé con ella, pero sufrí sus pésimos servicios. Tuve que cambiar en el último momento un regreso a Madrid desde la capital italiana, por falta de plazas en Iberia, a un vuelo de Air Europa, asociada comercial de la paupérrima aerolínea italiana. No recordaba su espantosa sala VIP, incómoda, pequeña, apelotonada, decorada en plan retro, no a propósito, sino anclada en un pasado del diseño de su país que parece que a su otra compañía aérea de bandera no le ha afectado, con un personal que atiende para cubrir el expediente de su nómina y un “catering” que es mejor el de un “fast food” de una barriada marginal de La Paz. Creo que he comido pasta más sabrosa en el “room service” de un hotel de medio pelo cercano al aeropuerto principal de Nueva York y estoy todavía con la duda del contenido de unas especies de croquetas semifrías que había en una destartalada mesa. Lamentablemente, la parte de bebidas -en absoluto bien dotada- no es autoservicio -que todos mis allegados saben que detesto-, pues casi da miedo o impotencia pedir algo a los supuestos camareros –aptitud demasiado propia de esos trabajadores en el país de la bota-, que a desgana y con malas contestaciones atienden, o no, cualquier demanda. Repetir un pedido de un simple refresco es casi traumatizante y dan ganas de pagarlo en cualquier punto de restauración de la planta inferior de la terminal. Menos mal que uno puede entretenerse intentando inútilmente en numerosas ocasiones conectarse con el lento ‘wi-fi’ de la propia sala VIP, que me figuro que en la jerga del personal de Alitalia se debe traducir en Vaya Indeseados Pasajeros. El embarque estaba atendido en dos filas por sendas empleadas (quizás sería más acorde simplemente el término de remuneradas) de ‘handling’, una para los pasajeros prioritarios y otra para el resto. Quiso el destino o la incompetencia que la adscrita a los mejores y más delicados clientes (pasajeros incapacitados y niños) se atrancara con los primeros, mientras la otra aceleradamente pasó a dejar pasar a los de turista carentes de esos atributos, sin importarle que había una fila de unos quince viajeros de clase ejecutiva o miembros de los niveles más altos de los programas de viajeros frecuentes haciendo cola en la otra hilera. Cuando ya habían pasado unos veinte económicos y ningún prioritario empezamos a protestar, primero sin hacernos caso y luego discutiendo entre ellas. Finalmente, la que atendía a turista decidió, por la mera presión de los pasajeros, detener el embarque de los suyos y permitirnos acceder por su lado. En resumen, una sala VIP astrosa y un abordaje peor como obra y gracia de Alitalia, empresa a la que no voy a echar de menos si alguna vez las autoridades italianas dejan de protegerla y de atentar contra las regulaciones comunitarias. Cuando llegué a Roma, en Iberia, tenía decidido ya ir a mi hotel en el centro en tren y tranvía, casi puerta a puerta, recordando mi espantosa experiencia con los taxistas de esa capital hace muchos años. En aquel entonces viajé en un momento de huelgas por alguna seguramente injustificada razón, decidiendo ir a la ciudad en el autobús de Alitalia, que no sé siquiera si existe ya, y de su terminal urbana en taxi a mi alojamiento. Me subí a uno, le di la dirección, arrancó, hizo un recorrido de unos veinte minutos, me dejó en la puerta del establecimiento y le pagué el recorrido, más una propina. Una hora después salí del hotel para dar una vuelta por los alrededores antes de mi cena y al  doblar en la primera esquina me encontré la terminal de autobuses de Alitalia. No volví a desplazarme a ningún sitio en el mundo sin mirar antes en un mapa, para saber dónde ubicaba todo. Pues en esta ocasión seguí las indicaciones para acceder a la estación de tren del aeropuerto de Roma/Fiumicino y fui a la de Trastevere de la capital, a pies de cuyo estacionamiento estaba la parada de la línea de tranvía que me llevaría prácticamente a mi hotel. Lo que no decía el mapa es que el trayecto se interrumpía a medio camino por no sé qué cuernos de procesión religiosa, que impedía el movimiento de cualquier vehículo en la zona. Como me gusta andar, pese al calor opté por continuar el recorrido caminando y llegué sudando a mi residencia temporal. Al día siguiente, para regresar, decidí ir a pie desde el hotel a la estación de Trastevere. Sudé menos, pero sudé, y olvidé esos avatares cuando entré en la sala VIP de Alitalia. Poco más tengo que contarles, salvo que hice un vuelo magnífico de ida y otro de vuelta con la nueva Iberia a América. Entiendo que le hayan dado las cuatro estrellas de Skytrax, pues cada vez es mejor. Y sigo sin entender que hayan quitado la cortina de separación en la “Business” de Air Europa. JAVIER TAIBO

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