Volé por primera vez en un A380 de Air France. Fuera de la agradable sala VIP del aeropuerto “Charles de Gaulle” de París

Volé por primera vez en un A380 de Air France. Fuera de la agradable sala VIP del aeropuerto “Charles de Gaulle” de París, su clase ejecutiva es mediocre, pues utiliza todavía los viejos asientos de los Boeing 777, que no se reclinan totalmente a la posición horizontal para descansar y que ya están siendo sustituidos en los birreactores por otros mucho más modernos y cómodos. La parte delantera de la cubierta superior, habilitada como zona de relax, es una decepción, pues podrían haberla aprovechado de una forma mucho más atractiva como área de reunión para los clientes. La entrega de equipajes en mi destino, Ciudad de México, no sólo era en una cinta ridícula para atender a ese modelo de avión completamente lleno, sino que, además, no se respetó la prioridad de las clases nobles. LATAM dejó de utilizar las astrosas salas VIP del aeropuerto de Lima y a cambio dan a los pasajeros que tenían derecho a ella un bono de 20 euros para consumir en los puntos de restauración de la terminal, ignoro por qué razones, pero pensaba que iba a ser un alivio para esas lamentables instalaciones. No fue así, pues siguen estando bastante abarrotadas y merecedoras de remunerar de la misma forma el castigo que suponen para los sufridos clientes, que tienen que repartirse un periódico por cada veinte usuarios. Lo que si tengo que felicitar es a los gestores de las salas VIP del aeropuerto de Palma, en donde me encontré con la sorpresa de una mejora en cantidad y calidad enorme de la oferta gastronómica. En un mundo en el que los recortes están a la orden del día, una apuesta por el lado contrario en aras de mejoras y refuerzo de la calidad merece mi aplauso y estoy seguro que redundará en una mayor rentabilidad para el concesionario. Desde luego, me tienen asegurado como cliente siempre que embarque en Son Sant Joan. Lo mismo tengo que decir de los accesos “fast track” a los controles de seguridad para los clientes que se benefician de privilegios de clases ejecutivas o que son importantes para las aerolíneas, que ahora, en lugar de entrar por un lugar descongestionado para mezclarse en el escáner con los otros viajeros, en Palma  existe un sensor exclusivo, que lo ha transformado en un buen servicio, no como ocurría hasta ahora. En realidad hay que felicitar a los responsables del aeropuerto, que seguro que están detrás de estas mejoras, que van implantando poco a poco. Lo que no entiendo es la manía que tiene AENA (Aeropuertos Españoles y Navegación Aérea) en Palma y en otros lugares de asignar una puerta de embarque en un extremo de la terminal, obligando a los viajeros cargados con sus equipajes de mano a una enorme caminata, todo para acceder a un autobús que les lleve a un estacionamiento remoto justo en la otra punta del aeropuerto. ¿No sería más cómodo, en lugar de fastidiar –no a mí, que cada vez ando más- a los pasajeros y a los operadores de “handling” en tiempo, costes y cansancio hacerlo a través de otra mucho más cercana, que observé que estaban desocupadas? En los últimos años, las no demasiadas veces que fui a Sevilla lo hice en tren de alta velocidad. No recuerdo cuando había sido la última vez que despegué o aterricé en el aeropuerto de San Pablo, pero en junio realicé un vuelo de ida y vuelta, operado por Iberia Regional Air Nostrum. Recordaba como futurista y moderna la entonces nueva terminal que se construyó de cara a la flamante Exposición Universal de la capital hispalense de 1992, coincidente con el 500º aniversario del Descubrimiento de América, que llevó también la primera línea ferroviaria del AVE, que a la postre hizo que lentamente muriera el tráfico aéreo con Madrid. Tal agonía supuso que en estos 25 años poco se hiciera en esa terminal. Y así me la encontré. La modernidad dio paso a que las instalaciones hayan quedado anticuadas y ancladas en un pasado que potenció la estación de tren de Santa Justa, en demérito del aeropuerto. Suelos desgastados y mal cuidados, una minúscula sala VIP que compensa sus deficiencias y tamaño con la amabilidad y simpatía andaluzas de su personal, arcaicas salas de preembarque… El transporte aéreo, cuyos pasajeros pagan por vía de tasas todos sus servicios e infraestructuras, no puede competir en rutas de menos de 800 km. con un tren de alta velocidad que une los centros de las ciudades, sin necesitar de llegar a las estaciones mas que con escasa antelación y cuyas instalaciones están pagadas por los presupuestos generales del Estado. Fui de Palma a Barcelona en un Embraer E195 de Air Europa Express para hacer un encargo, con la idea de regresar cuatro horas más tarde. Los sesenta minutos de retraso con escasas y malas explicaciones no alteraron el desplazamiento, pues tenía tiempo de sobra para cumplir con mis objetivos y, más todavía, cuando el retorno sufrió la misma demora: la aeronave y la tripulación eran los mismos y las explicaciones igual de malas. Afortuna­damente las salas VIP de ambos aeropuertos están bien dotadas para pasar el rato, por el lado de confort, equipamiento y “catering”. JAVIER TAIBO

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