Encontré en un Madrid-Barcelona el sobrecargo ideal...

Encontré en un Madrid-Barcelona el sobrecargo ideal de Air Europa para declararlo como el peor de 2016. No joven y mal uniformado, recibió en parte al pasaje (la otra parte es porque se ausentaba en la puerta de embarque) con las manos en los bolsillos, como si estuviera en la cola del paro, donde posiblemente prestaría mejores servicios a este país, dejando su lugar a gente que está encantada de atender bien a los clientes. Se situaba justo delante de mí, sentado en la salida de emergencia del Airbus A330. Esas butacas suponen un pago adicional, por ofrecer más espacio, pero son gratuitos para la categoría “Elite Plus” del programa de viajeros frecuentes “Flying Blue” de Air France-KLM, líder de la alianza Skyteam, a la que sorprendentemente pertenece la com­pañía española. Al tener que abonar dinero por ello, lo normal es que en clase turista los usuarios no se gasten esos euros adicionales, con lo cual se aposentan en ellas sin ningún decoro y jactándose de su condición los enchufados (empleados de la aerolínea, de otras o amiguetes) “de gorra”, o pasajeros normales que se reposicionan una vez que ha terminado el embarque, sin que nadie se lo impida. Es decir, son gratuitos, sujeto a que no estén ocupados. En este caso se situaron dos enchufados de los empleados de Air Europa, posiblemente también tripulantes en movimiento de paisano, cuando menos uno de ellos y ella desparramándose con una risa histriónica frecuente, a la que era imposible no prestar atención y que me provocaba miradas asesinas, sin que surtieran efectos, pues estaban concentrados en su estúpida conversación de aparente ligoteo incipiente, pues no considero que por decir el señor que ojalá hiciera buen tiempo en la Ciudad Condal en una situación normal sea motivo de una carcajada por el lado de la joven mujer. En vez de paliar el vocerío de ambos, que parecía más propio de una “web” de contactos, el citado sobrecargo se sentó en el asiento de al lado para conversar con los dos animadamente con acento propio del madrileño barrio de Chamberí delante de todo el pasaje y preguntarles qué querían tomar de comida y bebida, con una absoluta falta de respeto hacia los clientes de pago. Mis miradas inquisidoras parecía que le enardecían el ego y durante el vuelo regresó varias veces para compadrear con sus colegas, sin hacer el más mínimo caso a los pasajeros que le pagan indirectamente el sueldo, que era como si no existieran. En la aproximación a El Prat afortunadamente me quedé dormido y el excelso profesional me despertó para preguntarme si llevaba el cinturón de seguridad puesto, algo que visiblemente así era. Ya no me contuve y le pregunté porqué a su coleguita femenina le permitía tener libre en el asiento un contundente bolso de mano, en plena fila anexa a la salida de emergencia, en donde muchas veces me han impedido incluso dejar periódicos sueltos. Con su endémica chulería, me replicó que eso no era una fila de salida de emergencia, con tono de considerarme ignorante. Mi respuesta hizo que no volviera a aparecer, ni en la despedida del pasaje, con lo que evitamos verle nuevamente con las manos en los bolsillos. Esa ida a Barcelona y retorno al día siguiente supuso en todos los casos que el avión estuviera aparcado en un lugar remoto, en Barajas en la salida y en la llegada cerca de Coslada y en Barcelona casi en el río Llobregat, un auténtico petardazo de incomodidad. Que ocurra de vez en cuando tiene un pase, pero cuatro seguidas y, además, en alguna de las ocasiones lloviendo, no es para que el pasaje se ponga a dar saltos de alegría. Más bien al contrario, pues los conductores de la filial de “handling” del propietario de Air Europa, Globalia, tienen la maldita costumbre de que hablan entre ellos pese a que sus vehículos estén abarrotados desde hace rato y no se suba nadie más. La doctrina de calidad y buen servicio contradice los adhesivos de certificaciones al respecto de las que presumen los fuselajes de sus aviones. En un Madrid-Palma de la misma compañía, el embarque fue tan malo que salimos con 45 minutos de retraso, pero el desembarque lo superó. Cuando ya estábamos en el aparcamiento y la mayor parte del pasaje se levantó en el pasillo, dieron una voz por megafonía para que se dejara salir primero a los viajeros con destino final en otra isla balear, que debían estar a punto de perder la conexión por nuestra llegada tardía. Nadie se inmutó, abandonando la aeronave con la parsimonia habitual, sin ninguna agilización por parte de los tripulantes de cabina de pasajeros. Al final me gustan las nuevas salas Vip del aeropuerto de Madrid/Barajas y las encuentro bien dotadas de elementos para comer y beber. Pero, sobre todo, han mejorado muchísimo en el nivel de servicio del personal que las atiende. AENA (Aeropuertos Españoles y Navegación Aérea) progresa por la vía de la calidad de cara a sus pasajeros y, realmente, sus instalaciones las considero entre las mejores de Europa y de las menos masificadas en función a su tamaño. Junio 2016 JAVIER TAIBO

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