Enero 2015

Avianca debería vigilar sus estándares de calidad si quiere ocupar el lugar que pretende en el “ranking” mundial. Para los niveles europeos, su butaca de clase ejecutiva de los aviones de pasillo único (no así los de fuselaje ancho) es una maravilla, pero no así la formación de sus tripulantes de cabina de pasajeros, que es bastante deficiente y deteriora la percepción de su servicio a bordo, mientras reparten impresos de aduana erróneos, que complican las situaciones en las terminales, como me ocurrió llegando a Lima desde Quito. Entre Arequipa y la capital peruana la prioridad en mi maleta se tradujo sólo en una etiqueta poco decorativa.

Las pérdidas astronómicas de Aerolíneas Argentinas y su hermana Austral -algo ahora absolutamente normal y justificable para el Gobierno y sus gestores, mientras cuando estaba en manos de capital español era un delito de lesa humanidad cometido por colonialistas- son un reflejo de la experiencia de vuelo que un pasajero siente en esa compañía. Cabinas sucias y mal mantenidas, desidia de una buena parte de los tripulantes y un servicio deplorable están a la orden del día. Creo que los responsables de la alianza “Skyteam” deberían inspeccionar sus procedimientos, alejados de los que exige, con carencia en ocasiones incluso del 'Sky Priority' preceptivo para sus clientes mejores, hasta el punto que mi maleta, debidamente etiquetada, salió por la cinta desesperantemente la última en Iguazú y al final en Ezeiza.

En los vuelos domésticos no hay sala VIP ni siquiera en Buenos Aires, una terminal congestionada e incómoda. El control de seguridad, como muchas cosas en ese país, se hace al revés: en vez de sacar los objetos metálicos y electrónicos, ordenan a grito pelado el que los metan en las maletas para pasar el escáner y un alto porcentaje de los pasajeros les tienen que inspeccionar manualmente, porque salta la alarma de la campana de metales. Fui de la capital a Ushuaia, la ciudad más austral del mundo, en un A340-300 de Aerolíneas, que antaño pudo pertenecer a Iberia, con sus viejos asientos de clase ejecutiva, que no se ponían horizontales, y sucio.

La sobrecargo dio las instrucciones de emergencia como si fuera un A330-200, en el que son diferentes. Se lo hice notar al azafato que tenía al lado durante la explicación y se limitó a lamentar que se habría equivocado. El desayuno, un mísero café, un poco de zumo un pobre dulce, mientras uno de los comandantes tomaba el opíparo suyo en butaca de pasaje… en un vuelo de tres horas y media, en el que sistema de video no estaba operativo. La primera fila del avión se numeraba como 5.

Punta Arenas-Santiago de Chile, un enlace doméstico de Lan en el que me sorprendió porque repartieran impresos de aduana. Lejos de haberse independizado la sureña villa, resulta que el avión procedía de Malvinas y en el tránsito no desembarcaba el equipaje, por lo que los pasajeros tenían que pasar el preceptivo control en la capital. Reitero que Lan sigue en caída libre en servicio a los clientes. Yendo de Santiago a Lima en la primera fila, se me cayó el tenedor y el sobrecargo rauda y solícitamente lo recogió, para devolvérmelo. Le produje un cortocircuito cuando se lo agradecí, pero aclarándole que prefería uno limpio.

El mismo me dio a elegir si de segundo plato prefería filete o filete (las opciones eran filete a la parrilla o pollo relleno) y entregó a todos los pasajeros como postre fruta, cuando según el menú se podía optar también por un pastel, que si había tras exigírselo. En otro vuelo de ese grupo de la capital peruana a Arequipa, estando todavía con las puertas abiertas, el sobrecargo me conminó a apagar el teléfono, debido a que se procedía a cargar combustible. Le pregunté si el agente de tráfico que tenía detrás hablando con su móvil tenía inmunidad electromagnética y yo no. No se lo tomó a bien el chaval, pero yo a peor. Desde ese momento se esforzó a no tener más diarrea mental ante mis ojos y oídos.

En el sureño aeropuerto el transporte a la ciudad no está muy occidentalizado y tuve que recurrir a un vehículo privado pirata, que parecía como el transporte oficial de Pancho Villa, para que me trasadara, por supuesto sin factura ni alguna seguridad, pero llegué al hotel, en donde me abofetearon con que mi reserva no la habían cargado en el sistema.

La chilena Sky no permite comprar un billete en su “web” desde el día anterior, lo cual intenté para un Iquique-Santiago, por lo cual lo tuve que hacer a través de una agencia de viajes española. Una vez materializado, fue imposible facturar por Internet, pero tampoco en sus mostradores en el aeropuerto de la capital chilena cuando iba para la norteña ciudad con Lan en la mañana. A diferencia de esta, que le da a uno una galleta (nunca mejor dicho), un refresco y café, ellos ofrecen una comida caliente.

JAVIER TAIBO
 


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