Noviembre 2014

Tuve un vuelo no muy agradable en un 777 de KLM, compañía que pongo en la lista negra hasta que reconfigure sus cabinas, lo cual está en curso. En la fila uno no hay maletero encima, ni los asientos tienen receptáculos para depositar objetos y en la bolsa del panel delantero poco cabe, con lo cual no se encuentra un lugar donde depositar manta, almohada, ni enseres de uso personal. Es cierto que mi desagrado estuvo compensado por la profesionalidad, amabilidad y simpatía de sus tripulaciones auxiliares, algo que es un estándar en la compañía holandesa.

En el asiento de al lado llevaba una señora gorda, fea, con tonos muy tostados, vestida al gusto islámico, que, curiosamente, no reclinó su asiento ni un ápice en todo el vuelo. Sólo hable con ella para increparle que su manta retractilada invadía inaceptablemente mi espacio. Un vuelo de cine: El sistema de entretenimiento parecía tan antiguo como las películas de “super ocho”. Como una hora y media antes del aterrizaje en Amsterdam pidieron que no se utilizaran los baños por baja presión de agua. El enlace entre la capital holandesa y Madrid fue también con una tripulación excelente, intuyendo las necesidades y los gustos de los clientes.

Llegué a Buenos Aires/Ezeiza, en concreto a su nueva zona de inmigración, que mantiene la costumbre –insólita en Iberoamérica, excepto también en Colombia y Uruguay– que no requiere rellenar impresos, pero con  una aduana tediosa. Le recomiendo, si va a estar con poco tiempo, cambiar moneda extranjera en el aeropuerto, a una cotización desfavorable, pues en la ciudad cada vez es más complicado. La nueva sala VIP de Ezeiza de Lan es mejor que la de American Airlines que Iberia utiliza en la remodelada terminal y está bastante bien amueblada y dotada.

Con todo el respeto al fallecido ex presidente del Gobierno de UCD (Unión de Centro Democrático) –y sin la más mínima animadversión, pues antaño le voté, creo que nos pasamos tres pueblos con lo de aeropuerto “Adolfo Suárez Madrid Barajas”. A lo sumo debería ser Madrid/“Adolfo Suárez”, poniendo primero el nombre de la ciudad a la que sirve, como ocurre en todos los lugares civilizados del mundo, aunque para mí, como la inmensa mayoría, seguirá siendo tal cual lo he conocido durante más de medio siglo, Madrid/Barajas. No conozco absolutamente a nadie que diga algo así: aterricé en “Adolfo Suárez”. Nadie, absolutamente nadie, ni a los pasajeros, ni a las aerolíneas, ni a los administradores de la instalación, se les pasa por asomo decir “Charles de Gaulle Paris Roissy”. Es ridículo y siempre en este país tenemos que cargar las tintas. Es patético oír las voces que dan por megafonía en el aeródromo y en las compañías aéreas sobre “Adolfo Suárez Madrid Barajas”.

Desagradable experiencia en Iberia Express, embarcando con todos los receptáculos para el equipaje de mano abiertos, dejando entrever que estaban sucios, desgastados y dañados, ofreciendo un deplorable aspecto de descuido. No se dan cuenta que es una mala imagen para Iberia, que para los clientes es la que realmente efectúa el vuelo. En el retorno de Gran Canaria el mismo operador me cascó hora y media de retraso, con lo cual ya suponen mi felicidad y el contrasentido con los expresos.

Londres/Heathrow: Aterricé con Iberia en la lustrosa Terminal 5, sin fijarme que mi conexión a Dublín era desde la 1. Esto supuso un autobús con tres paradas previas, dos controles biométricos, dos de documentación y uno de seguridad antes de alcanzar la sala VIP de British donde esperé que embarcara mi vuelo hacia Irlanda. Desde ésta a la puerta fue un maratón de varios centenares de metros, todo para esperar a pasajeros que enlazaban desde Vancouver un buen rato, es decir, un excremento pinchado de un palo. En el hotel de Dublín descubrí que allí había una de las paradas del “Aircoach” para ir al aeropuerto un cómodo autobús dotado de “wifi”, por tan sólo 10 euros en cuarenta minutos de viaje.

En ocasiones las cosas salen bien: consigo adelantar en Buenos Aires-Santiago al vuelo anterior de Lan, que estaba lleno; no hay nadie en el control de seguridad, ni en el de pasaportes (donde me trató una agente simpatiquísima que me dijo que le divertía hacer como que me deportaba); la gran sala VIP con sólo ocho clientes; avión en hora; me encuentro con un señor con el que tenía que hablar de un cuarto país insospechadamente (el mundo, realmente, es un pañuelo); aterrizaje sesenta minutos antes de lo programado; control de pasaportes vacío, maletas en la cinta cuando alcancé ese lugar, aduana sin gente, encontrándome con mi conductor poco antes de la hora prevista de aterrizaje. Tenía que haber comprado lotería.

Lan hace todo lo posible para parecerse a una compañía europea: asientos similares en los vuelos de fuselaje estrecho, sin diferenciación entre la clase ejecutiva y turista y llevando a su personal, al cual sus tripulantes prestan más atenciones sin discreción que a los pasajeros de pago. Ha pasado a ser de las mejores a una de las mediocres y, cuando algo falla, de las peores. Debe de ser una de las consecuencias del éxito y la antesala de los problemas.

JAVIER TAIBO


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