Junio 2012

En mi última página alababa el servicio de TAM en un vuelo intercontinental desde Madrid con conexión en São Paulo y comenzaba a criticar el retorno, radicalmente diferente. En el tramo transcontinental hasta la ciudad brasileña el servicio a bordo fue malo, hasta el punto que tardaron como una hora en ofrecernos algo, no entregaron los impresos de inmigración de Brasil -yo no lo necesitaba, pues hacía tránsito a Madrid- y la atención era mediocre. Me recordó a cierta aerolínea española, en la que en algunos vuelos hay tripulaciones de cabina de pasajeros excelentes, dignas de premio, y a otras apetece de que acaben en el INEM, sin indemnización ni derecho a cobrar el paro. Aquí no era para tanto, pero... El aseo generaba más tristeza que el del restaurante de un hotel de dos estrellas.

En São Paulo estacionamos en una posición remota y, además de tres jardineras para transportar al pasaje, había un minibús que supuse que estaba a disposición de los pasajeros de primera (íbamos cuatro, aunque no sé si los otros dos eran idiotas como yo, con tarjeta de embarque de First, o correspondían a la ejecutiva). Como iba en la fila 1, la escalera la pusieron en la puerta 2 y dejaron que se fueran apeando todos los clientes de todas las clases al mismo tiempo, al llegar al suelo me indicaron que subiera a uno de los autobuses de transporte de ganado. Pregunté al empleado si ese era el trato a First. Se puso nervioso y fue corriendo a detener al minibús, que ya partía, tras averiguar mi nombre.
Estaban a bordo dos de los tres colegas de la fila uno, uno de ellos vestido como adecuadamente para una barbacoa ilegal en la playa de Benidorm en agosto. A la agente que acompañaba a ese presunto servicio le pregunté porqué no se habían preocupado de mí y respondió que la tripulación no les había informado que llegaba algún pasajero de Primera, lo cual es alucinante que no lo supieran por sus propios medios. Expresé enojo de forma manifiesta y, después de apear a los otros dos en un punto de tránsito, la empleada me acompañó a la sala de Primera.
Allí me entregaron una tarjeta para codificar el “wi-fi”, que no funcionaba, y, a diferencia de la ida, ninguna camarera acudió para averiguar si deseaba algo, como café, del que carecía el autoservicio. A hora oportuna, la misma empleada me dio a elegir con exquisita educación si quería embarcar al principio o al final y opté por lo primero, acompañándome, creo que un poco aterrada. Hicieron que abordara por el “finger” sin esperar y me escoltó al asiento, pidiendo una vez más disculpas por lo sucedido. Creo que advirtió de la situación a la tripulación.
A partir de ese momento todo volvió al cauce normal de la ida, con una azafata que me atendió permanentemente (nuevamente fui el único pasajero de primera) deliciosa. La diferencia es que el sistema de entretenimiento era sensiblemente más anticuado, con una pantalla más pequeña y un mando arcaico, con unas prestaciones muy inferiores. El aseo seguía habilitado como describí antes. En Madrid nos aparcaron una vez más en remoto, con una jardinera para los pasajeros de First y Business, pero yo gocé con una agente exclusiva muy atenta, que me acompañó hasta el moderno Mercedes que TAM puso a mi disposición hasta mi casa, previa recogida del equipaje, que salió al poco de alcanzar la cinta, aunque no el primero.
Sigue sin gustarme Ryanair, pero cada vez la trago mejor, especialmente después de leer el batiburrillo de imbecilidades de una carta abierta criticando al máximo responsable ejecutivo de la compañía irlandesa -que dolerá y no gustará, pero dice verdades como puños sobre el transporte aéreo español-, distribuida a través de una agencia de comunicación (espero que cobrara mucho por hacer este papelón lamentable de ensalzamiento de megalomanía), del propietario de un impresentable intermediario de los que sobran -que aseguran algunos cercanos que negocia dando pena, falseando y haciendo del hortera una profesión- y una aerolínea con un par de viejos aviones que define como ejecutivos y están configurados como los tenía Iberia en los años de la polca.
Por mucho que prefiera Iberia Express, Air Berlin o Air Europa, no voy a pagar 150 euros más que en Ryanair por ir entre Madrid y Mallorca, cuando en sus vuelos ahora se puede reservar asiento de las primeras filas o en las salidas de emergencia por 10 euros el trayecto. Como impiden que los pasajeros que no han pasado por caja se sienten en las cuatro hileras de delante, si el avión no va lleno, al final es casi tan incómodo como en las Business, especialmente si se usan tapones en los oídos para no soportar la permanente venta de productos y servicios a bordo o la corneta anunciando la llegada en hora.
La puntualidad es una de sus virtudes, seguramente porque incentivan a sus empleados para lograrlo (o les castigan por lo contrario). Entre unas cosas y otras, Ryanair se ha convertido en la aerolínea que más pasajeros mueve en España, lo que parece darles la razón y no al hortera antes mencionado. Esperemos que Iberia Express sepa contrarrestarla, pero, de momento, la diferencia de tarifas es considerable.

JAVIER TAIBO


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