Mi Página - Noviembre 09

Por un tema de horarios, me desplacé entre Madrid y Venecia a la ida con Iberia y a la vuelta con Vueling. En la “web” de ésta última me encontré con que ofrece la opción de elegir asiento por una módica cantidad de dinero; situarse en una salida de emergencia por otra menos módica y llevar el central libre en las primeras filas por 30 euros por trayecto. Me pareció muy inteligente y un magnífico producto, especialmente porque avisan que si el que se bloquea tuvieran que usarlo, devuelven ese importe, lo cual, virtualmente, lo convierte en libre sujeto a espacio.

Que venden el de en medio, aquí no ha pasado nada; que lo hacen con el del pasillo, 30 euros para la caja; que además colocan el de la ventanilla, 60 que no iban a ingresar si el avión no va lleno, pero el pasajero, o yo por lo menos, encantado. Me quedaba la duda de cómo hacen a bordo si algún pasajero de atrás, una vez completado el embarque, pretende ir a una butaca de ventanilla de la fila 1, o incluso con su pareja ocupar ese y el central. Pues un tripulante de cabina amablemente le informa que puede cambiarse a donde quiera, pero de la fila cuatro hacia atrás. En el fondo es como si cobraran 30 euros por un “upgrade” a Business sujeto a espacio, sin sala VIP, ni periódicos, ni “catering” gratuito, pero sí que compensa.

Lo que es injustificable es el cargo de 8 euros por abonar la transacción con tarjeta de crédito a través de Internet, muchísimo más que lo que cobra a la aerolínea la entidad bancaria y… ¿a través de la red se puede pagar de otra forma? Que lo incluyan dentro del precio y que no hagan estafillas de “marketing” manido. Al final enfada a los usuarios.

La joven y atractiva sobrecargo me mareó con que no podía poner una bolsa con botellas en el maletero superior, ni atadas con el cinturón en el asiento central, sino sueltas debajo de la butaca y que mi chaqueta tenía que ir arriba para el despegue y aterrizaje, aunque no le dio importancia a mis enseres de papeles que eran más contundentes que ese complemento de vestimenta. Esta supuesta profesionalidad mal aplicada, pero que para ella significaba el cumplimiento de las normas que le habían impartido y que yo tenía que respetar, se desparramó en la carrera de despegue cuando un carrito del “galley” sonó estrepitosamente por estar mal asegurado. Yo me sonreí… y ella, mirando hacia otro lado, también.

Portaba yo una sobrasada casera para mi “momó” dentro de un portafolios, para que no se viera (mejor dicho, para que yo no la viera), cuando traspasé el escáner del aeropuerto de Parma de Mayoca a través del “fast track” (aprovechando el control de seguridad de la terminal de vuelos regionales) de pasajeros de Business, cuya aplicación no entiendo porqué no se extiende por toda España. El agente que vigilaba la pantalla me preguntó si llevaba dentro la mencionada y dietética delicia alimenticia. Le respondí divertido que cómo sabía que era una sobrasada y no un salchichón y un guardia civil que merodeaba contestó que el producto típico mallorquín tenía “el mismo número atómico” (me figuro que alguno de sus componentes) que un explosivo y que a eso había que agregar “zu eperiencia”. La verdad es que fue simpático y divertido. Ojalá todo funcionara así.

No me cansaré de repetir que el servicio de Air Nostrum es espectacular, pese a los vientos huracanados de la crisis, y en clase Business mucho más. Se lo recomiendo a todo el mundo. En el aeropuerto de Marsella, llegando a la terminal en autobús tras desembarcar del avión, tuvimos que esperar un tiempo considerable porque el lector de banda magnética de la tarjeta de seguridad de la empleada de “handling” no autorizaba la apertura de la puerta de acceso al edificio desde la rampa. Insólito: todos los pasajeros en la zona restringida sin rechistar esperando a que alguien la desbloqueara.

En España, por lo mismo, se hubiera montado una buena escandalera, pero allí no, que es más civilizado, pero no mejor. Regresando desde el aeropuerto mediterráneo francés comprobé, una vez más, que en el único sitio que requiere que se abra la tapa del ordenador en un control de seguridad que me conste en Europa es en la T4 de Barajas (como me dijo uno de sus agentes privados, es una idiotez, pero se lo ordenan). En Marsella la amabilidad de estos es habitual, deseando incluso a los pasajeros un feliz vuelo.

Lan (en esta caso Lan Perú) se me sigue atragantando: vuelo entre Lima y Cuzco con cuatro cernícalos (con perdón de ese animal, que sabe estar mejor e incomoda menos a los humanos) de pilotos con uniforme montando el numerito a bordo con la jefa de cabina (que tenía todo el aspecto de estar en un sitio de ligue en lugar de dedicar sus escasos dones a complacer a los viajeros), tras adueñarse de la fila uno. Rodamos con el cretino apalancado en el asiento 1C con el respaldo abatido, lo cual no hubieran consentido a un usuario de pago, cuando él mismo debería predicar con el ejemplo, y su butaca no se desarmó ante las tensiones que creaban sus impetuosos movimientos porque están certificadas para aguantar varios “g”.
JAVIER TAIBO


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